Lo femenino y lo materno en la escucha de Freud – analista de Ferenczi

Lo femenino y lo materno en la escucha de Freud‑analista de Ferenczi

Alberto Eiguer

 Para encarar esta propuesta, es menester entendernos acerca del sentido de lo femenino y lo materno en el vínculo analítico. Amén del núcleo constituido por la transferencia y la contra-transferencia, es interesante tener en cuenta la actitud, la postura, la disponibilidad del analista en sesión, que responden tanto a una elección metodológica como a su funcionamiento psíquico, y que involucran las expectativas del paciente. Dicho de otra manera, es como si el paciente esperara que el analista asuma una escucha singular, en nuestro ejemplo femenina o materna. Ello no implica que el analista responda a estas expectativas, sino simplemente que sea sensible. Puede incluso pensar que es oportuno ignorarlo, aunque eso es también escuchar. Un número significativo de colegas piensa mismo que el analista debe ubicarse allí donde no se lo espera, para abrir la posibilidad de lo conflictual y con el fin que el paciente encuentre aquello a lo que remite su demanda. Pero nada impide armonizar las dos posiciones, empática e indagadora. Y admitir que la eficacia de la empatía depende del desarrollo de auto-empatía en el paciente y que éste logre asumirse (Bolognini, 2005).

Pongámonos de acuerdo: escuchar implica una participación afectiva y, algo que cuenta para mí, sentirse concernido, aunque admito que la intuición puede también intervenir. La parte inconsciente de esta escucha es la más importante; la actitud del analista no es algo conjeturado ni calculado. Sucede en cambio que el analista no escuche nada al respecto, es decir que no experimente ninguna receptibilidad.

Ahora bien ¿qué entendemos por escuchas masculina o femenina? En la medida de lo posible, quisiera evitar todo estereotipo. Escucha masculina significa inscribirse en la expectativa que el analista sea sensible a la necesidad de brindar seguridad, protección, orden y disciplina, algo que logre calmar al paciente y le permita ser operante. La escucha femenina habla de continencia, de recepción de lo que afecta y hace sufrir. La escucha masculina tiende a admitir que el otro esté paralizado; la femenina, que esté desbordado.

En cuanto a lo que se designa como escuchas paterna y materna, ambas derivan respectivamente de lo masculino y femenino y se singularizan por la introducción de lo filial, lo cual se refleja habitualmente en la asimetría del vínculo. Por ejemplo, una paciente me dice aludiendo a su desinserción institucional: “Me doy cuenta que busqué toda mi vida encontrar un lugar.” Se puede entender aquí lo transferencial. La escucha paterna retendrá la espera que el analista le brinde un lugar en su genealogía simbólica, que la paciente pueda referirse a su tutelaje y contar con él. Una escucha materna, que la reciba en su regazo.

De todas maneras es azaroso hablar de femenino sin tener en cuenta lo masculino, referirse a lo materno sin considerar lo paterno, sus diferencias, su complementariedad, que son más o menos fortuitas.

Un ejemplo interesante se encuentra al final del análisis realizado por Ferenczi con su maestro y amigo Freud. Tuvo lugar en Viena en tres breves períodos, con sesiones de dos o más horas por día, y sufrió interrupciones por motivos graves, incluida la movilización de Ferenczi durante la Primera guerra mundial en 1914. Después del primer análisis de 1914 (dos o tres semanas en octubre), Ferenczi escribe el 18 de diciembre de 1914: « A partir de estas semanas de análisis, el mayor beneficio psíquico que he registrado es el reconocimiento de la violencia de las pulsiones homosexuales en mí. En cuanto a la solución de la relación con la mujer, y es ella quien nos abre por primera vez a la vida real, no lo he logrado » (Ferenczi-Freud, Correspondance, V. 2). La preocupación por sus pulsiones homosexuales esconde a medias su temor al acceso a la mujer; teme a lo femenino, concluye. Esto se abordará durante los dos últimos períodos analíticos, del 14-6 al 5-7-1916 y del 26-9 al 9-10-1916. El 10 de julio de 1916 Ferenczi escribe una sentida carta en la que se reconoce como un hombre cambiado; ha perdido sus orientaciones infantiles, está decidido a retirar su libido de investiduras inútiles y evitar sus confesiones habituales seguidas de retractaciones, en resumen « coronadas de fracasos » (Correspondencia, op. cit. 151-152). Mientras tanto, Ferenczi tiene nuevas preocupaciones de salud que Freud atribuye a sus renovadas hesitaciones.

Ferenczi escribe el 28 de noviembre de 1916: « También debo decir que las tendencias hostiles inconscientes hacia el padre, que ciertamente están presentes en mí, funcionen sin ser perturbarlas. Soy plenamente consciente del carácter transferencial de mi reacción a su carta…  » Freud responde que, al dudar en casarse con Gizella Palos, resiste a « hacerse dueño de la madre ». Durante los períodos de interrupción, Ferenczi regularmente envía cartas largas de « autoanálisis » a Freud, quien es invitado a comentarlas. Este último no está a favor de este método, al que considera « ineficaz ». Prefiere recibir a Ferenczi en su consultorio. Después del último análisis en 1916, Freud decide que la cura ha finalizado y se niega a continuarla por carta, especificando las razones. Escribe: « Dije que la cura había finalizado, no dije que se había terminado », y continúa: « Se acabó porque no se puede reanudar antes de seis meses, y que serviría así a la intención neurótica de postergar » (carta del 16 de noviembre de 1916). Ferenczi responde que salió perturbado del último período analítico. Pasa por momentos torturantes, habla de « emociones desatadas por la cura ». Se sorprenderá de que Freud no entienda que tiene « tendencias hostiles contra el padre », que ahora están desplazadas en Freud.

Como nos recuerda J. Dupont (2014), es probable que el análisis no sea el único responsable de esta hostilidad y que ésta se haya desarrollado durante la relación de estos dos hombres anudada mucho antes del comienzo de la cura. Ferenczi mostraba ambivalencia hacia Freud; dijo que el análisis lo había privado de los beneficios de su neurosis, lo que antes le permitía ser infantil e irresponsable; podía entonces quejarse a profusión. En verdad, era una demanda de naturaleza más sustancial: apoyo, ternura, protección. Ferenczi sufría aún más porque Freud permanecía insensible a estas demandas. Tampoco se sabrá si Freud estaba cansado de leer en la correspondencia de Ferenczi sus vacilaciones, sus tormentos, sus dolencias físicas. Lo que leemos en las cartas es que Freud le dijo que tenía que dejar de escribir al respecto. Ferenczi lo hará sólo a fines de este año, expresando al mismo tiempo gratitud por el trabajo realizado. Más tarde, conocerá a Groddeck y, además del interés científico en su enfoque psicosomático, pasará un tiempo en su clínica donde se practica lo que hoy llamamos técnicas corporales.

La renuencia de Freud a continuar el análisis de Ferenczi por carta plantea interrogaciones específicas al vínculo analítico y más allá: Freud, ¿duda de que la ambivalencia de Ferenczi no se desarrolle aún más? ¿Teme perder la ascendencia que tenía sobre su paciente, ahora demasiado lejos y sumergido en sus propias elucubraciones? Después del último análisis, Ferenczi había logrado elaborar con Freud sus dudas respecto del matrimonio con Gizella Palos y parecía aceptar la idea de casarse con ella, pero cuando regresó a Hungría todavía dudaba. Freud, ¿no mostró insensibilidad a su pedido de funcionar como madre? Ferenczi podría haber revivido la hostilidad que durante la infancia sintió hacia su madre, insensible, misteriosa. Y no podría calmar su ira sino volviéndose adhesivo y quejumbroso. Quizás, repitió sus pedidos de encontrar pruebas de amor y consideración. Freud tenía una grilla de interpretación que le hizo interpretar esta hostilidad en términos de rivalidad y celos. Ver en ello algo más arcaico y ligado con los primeros vínculos le era sin duda más difícil. Este singular episodio en la historia del psicoanálisis habría abierto perspectivas: el interés del análisis a distancia y la necesidad de escuchar los anhelos pre-genitales de continencia y disponibilidad sin descuidar la escucha de problemas genitales. En la década de 1920, Ferenczi se aleja de Freud; prefiere sostener la idea que el analista debe ser indulgente y gratificante con sus pacientes. La naturaleza de esta escucha « femenina y materna » será investigada por varios analistas como M. Klein, D. Winnicott, W. R. Bion.

Una escucha paterna o materna, masculina o femenina no significa que se debe ser un hombre o una mujer para asumirlos respectivamente. Como la bisexualidad psíquica es universal, todo ser humano está en condición de hacerlo. Se debe permanecer atento al desplazamiento emocional en la transferencia, en otras palabras, a lo que el paciente está esperando inconscientemente. Maternal o paternal, esta expectativa puede evolucionar en una dirección u otra.

Freud se opone a la cura por carta mientras piensa que la presencia hace posible analizar las resistencias de manera efectiva y alcanzar su elaboración, pero no ve que la separación de él resulta aún más destabilizante. Por otra parte, Freud defiende la idea de que cuando las resistencias son tenaces, no se debe insistir en disolverlas o incluso en continuar el análisis.

En realidad, Ferenczi está en busca de una escucha receptiva, acogedora y sensible, aunque no conseguía decir que estaba buscando una madre que se sintiera responsable de él. Esta disposición podría ser perfectamente asumida por un hombre siempre que vea en ella una dimensión alternativa de búsqueda de ternura. Verbalizarlo hubiera sido beneficioso. Cuando no adopta una escucha femenina y/o materna, Freud tiende a interpretar apresuradamente la transferencia como resistencia. Lo reconoce en parte durante el análisis de la adolescente homosexual, donde admite tener problemas para aceptar que no lo tomen como hombre (Freud, 1920).

En su Introducción al Volumen 2 de la Correspondencia Freud-Ferenczi, Axel Hoffer (XXII) sugiere que « la reserva pudorosa que Ferenczi atribuye a Freud contiene más que un grano de verdad. A lo largo de la correspondencia, las emociones de Freud son controladas y bastante convencionales, sin el tipo de revelaciones que vierte Ferenczi. Y […] Freud estaba apenas interesado en el tipo de franqueza analítica mutua que Ferenczi estaba buscando; de hecho, incluso era reacio a lo que Ferenczi estaba pidiendo. Tal vez Ferenczi encontró en Groddeck, con quien desarrolló una relación muy íntima en la década de 1920, el buen padre, o como sugiere J. Dupont (1994, p. 318), un hermano mayor. Me pregunto si no ha encontrado en Groddeck a la madre comprensiva que ha estado buscando durante tanto tiempo. »

Para ilustrar la situación de Ferenczi con respecto de la madre y lo que podría esperar de su analista, citaré la carta del 17 al 22-X-1916, la primera después del tercer período analítico. Ferenczi expone: « Por segunda vez con G. [Gizella]. El primer coito es bastante normal. Una diferencia esencial de lo que sucedió antes: 1) El placer preliminar, casi ausente antes, especialmente el placer de presionar mi rostro contra el de ella, fue muy obvio. Tanto es así que fue de mala gana que decidí realizar el acto sexual, mientras estaba bastante listo. La satisfacción fue completa. Inmediatamente después, persistencia de una gran sensación de ternura (como antes del coito). Hé aquí la idea que se me ocurrió: durante más de un año y medio me preocupa el problema del coito, que quería explicar desde el punto de vista biológico (utilizando, por cierto, la experiencia psicoanalítica). Le dije recientemente que esto fue en respuesta a su declaración de que no podía explicar la voluptuosidad (es decir, quería saber más que Ud.). Eso no parece del todo correcto. En primer lugar, el problema del coito ya me estaba preocupando, si no recuerdo mal. En segundo lugar, también tuve motivos internos para ello (aparte de la competencia). Lo que me viene a la mente ahora es la oposición entre la ternura y la sensualidad, revelada por Ud. mismo como el síntoma de fijación a la madre. Parece que, durante todos estos años pasados, solo estaba yo interesado en lo que era puramente erótico (genital) en la mujer, y especialmente en la Sra. G.; esto se manifiesta (además de la falta de sentimientos tiernos) por el hecho de que me ocupé casi exclusivamente de la biología de la vida sexual, pero que descuidé la parte más delicada y psíquica de la vida amorosa, más relacionada con la ternura. El interés particular por la cabeza (cara), que acaba de aparecer, es paralelo con el proceso de represión de arriba a abajo, que se dominaba hasta ahora, o recientemente. […] En mi caso, el acto fue perturbado por la atención molesta en todos los procesos genitales » (p. 164).

Más tarde, Ferenczi admite que nunca recibió la ternura de su madre, « amada de un amor sin retorno », solo obtuvo reprimendas y golpes (carta del 13-XI-1916). Luego aceptará que sus aventuras sexuales fueron como repetidos intentos de buscar la ternura materna no satisfecha. Estos descubrimientos siguen los del análisis reciente y parecen inspirados por él. Ferenczi confiesa ignorar hasta una fecha reciente qué es la mujer y en particular la articulación entre femenino y materno. Este hombre de 43 años acaba de aprender algo significativo del contacto piel con piel, de dos rostros que se tocan y se curvan entre sí, de dos respiraciones y de dos seres, en un abrazo que experimenta sensaciones dulces, mitigadas y que conducen a una continencia aseguradora.

Con toda probabilidad, Freud evitó indisponer a un amigo y valioso discípulo. Sea lo que fuere, recordemos que el análisis, como cualquier otra terapéutica, se basa en una asimetría que es insoslayable. La transferencia de las figuras parentales en el analista no la solicita el analista, pero la asimetría la favorece: un sujeto necesitado de cuidado sitúa a su terapeuta, por lo tanto, en una posición parental hegemónica.

Entre Freud y Ferenczi, una dimensión del encuentro no lograba suceder. En la década siguiente, Ferenczi continuó su investigación teórica y práctica. En sus opciones técnicas, parece actuar de manera opuesta a Freud: manifiesta sensibilidad selectiva a los efectos del traumatismo infantil (Ferenczi, 1926, 1933); adopta una creciente proximidad con sus pacientes (técnica de « relajación », neo-catarsis, Ferenczi, 1930, 1931). Tiende a identificarse fácilmente con su sufrimiento; recibe con agrado sus pedidos de afecto contestando más bien por gestos y comportamientos que por esclarecimientos interpretativos (técnica activa). Se puede deducir que persevera excesivamente en actitudes maternas; no es tanto escuchar sino cuidar, o más bien preocuparse antes de realizar un análisis. Se puede reconocer en algunas de sus reacciones la persistencia de su « infantil »: impaciencia, falta de resistencia ante la resistencias o impasses (Ferenczi, 1931). Me pregunto si las dificultades que su propio análisis no pudo abordar, interpretar, perlaborar, podrían desempeñar un papel aquí. Lo que Freud no podía escuchar, una demanda de sensibilidad femenina de su parte, Ferenczi lo fue realizando en demasía. Entre impulsivo, provocador y desafiante, Ferenczi lo clamó en vano, como el « niño aislado » en que se convirtió entre sus colegas, hasta el punto de poner ahí todas sus fuerzas hasta el agotamiento. Sin embargo, su único interlocutor imaginario era su maestro y analista. Quizás atormentado por un deseo de revancha, se sintió decepcionado que sus nuevas técnicas no produjesen resultados rápidos. Mismo así la creatividad de Ferenczi fue excepcional entre 1916 y 1933, el año de su desaparición. Así como Ferenczi se mantenía cerca de sus pacientes, permanecía cerca de sí-mismo. La elaboración auto-analítica permite encontrar aquellos sabores de la vida emocional que el paciente no logra expresar. Nos legó así su principal interés en el trabajo subjetivo del analista en sincronía con el del paciente, lo cual sigue siendo nuestra brújula. Lo femenino se encuentra singularmente en las prácticas intersubjetivas del vínculo y en la aplicación de la noción de campo: fertilizar aquello que proviene del otro-sujeto para devenir sí-mismo sujeto. Con respecto a nuestro tema, este episodio es muy útil. Hablemos también de esta asimetría que en el análisis de Ferenczi fue objeto de tensión y que, sin embargo, una vez admitida, alentó la curiosidad, el deseo de conocer, como si viniese de un padre vivido por el niño como portador de un atrayente enigma.

Resumen

Destinos de lo femenino y lo materno en la escucha de Freud‑analista de Ferenczi

Alberto Eiguer

Para comenzar, es menester entendernos acerca del sentido de lo femenino y lo materno en el vínculo analítico. No me centraré en el papel de estas dimensiones en el funcionamiento psíquico de Ferenczi ni de su analista Freud, aunque son ineluctables. Y amén de la transferencia (T) y la contratransferencia (CT), es sugestivo tener en cuenta la actitud del analista en sesión, que responde tanto a una elección metodológica, como a su psiquismo. Por otro lado, es como si el paciente esperara que el analista asumiese una escucha singular, en nuestro ejemplo femenina o materna. Ello no implica que el analista responda a estas expectativas, sino que sea sensible y las tenga en cuenta. Puede incluso pensar que es oportuno ignorarlo, pero eso es ya escuchar y, a partir de allí, armonizar las posiciones empática e indagadora. Así es como escuchar implica una participación afectiva y sentirse concernido.

Ahora bien ¿qué entendemos por escuchas masculina o femenina? En la medida de lo posible, quisiera evitar todo tipo de estereotipo. Escucha masculina significa inscribirse en la expectativa que el analista sea sensible a la necesidad de brindar seguridad, protección, orden y disciplina, algo que logre calmar al paciente y le permita ser operante. La escucha femenina habla de continencia, de recepción de lo que afecta y hace sufrir; una escucha masculina tiende a admitir que el otro esté paralizado; una escucha femenina, que esté desbordado.

En cuanto a lo que se designa como escuchas paterna y materna, ambas derivan respectivamente de lo masculino y femenino y se singularizan por la introducción de la dimensión filial, cf. la asimetría del vínculo. A veces, la escucha paterna entra en sincronía con la espera del paciente que el analista le brinde un lugar en su genealogía simbólica, que pueda contar con su tutela. Una escucha materna, que lo reciba en su regazo. Asimismo, la escucha no es un gesto ni una conducta, sino una disposición. Es independiente de la actividad interpretativa, aunque suele inspirarla.

Nuestro ejemplo es el de la disposición de Freud en el análisis que emprendió Ferenczi en tres cortos períodos de 1914 y 1916. Generalmente se subraya que Freud no analizó la T negativa de Ferenczi, que Freud mismo relativizó en 1937. Pero poco se dice acerca de la dificultad de Freud a integrar la demanda en Ferenczi de escucha materna susceptible de entender su carencia de ternura detrás de quejas, auto-reproches, vacilaciones y dificultades físicas. El éxito del trabajo analítico, por cierto innegable, fue desteñido por la imposibilidad de abordar los vínculos primeros con la madre. Estudiaremos a estos efectos la correspondencia entre Freud y Ferenczi y ciertos textos. Durante los períodos de interrupción, Ferenczi envía numerosas cartas de « autoanálisis » a Freud, quien es invitado a comentarlas. Este último no está a favor de este método, que considera « ineficaz ». Prefiere recibir a Ferenczi en su consultorio. Después del último período en 1916, Freud decide que la cura ha finalizado y se niega a seguirla por carta. Escribe: « Dije que la cura había finalizado, no dije que se había terminado » y agrega: « Finalizó porque no se puede reanudar en seis meses y que se pondrá así al servicio de la intención neurótica de tergiversar »(carta de Fr. a Fer. del 16/11/1916). Ferenczi le responde que salió trastornado del último análisis. Pasa por momentos torturantes con « emociones desatadas por la cura ».

Ante la insensibilidad de Freud, Ferenczi pudo haber revivido la hostilidad que observó en su madre cuando niño, agresiva y misteriosa. ¿Y no lograba calmar su enojo sino convirtiéndolo en adhesividad y repetición? Freud tenía una grilla de lectura que le hacía interpretar esta hostilidad en términos de rivalidad y celos. Ver en la hostilidad algo más arcaico le era sin duda más difícil. Nuestro trabajo interroga la necesidad de profundizar el estudio de lo femenino allí donde es poco ostensible.