El tiempo de las crisis

El tiempo de las crisis

Alberto Eiguer[1]

Introducción

En este trabajo parto del análisis de dos ideas, el tiempo y la crisis, es decir la temporalidad tal como se vive durante la crisis. Para ello recurriré a la teoría de la intersubjetividad del vínculo, que cuestiona radicalmente nociones como identidad, sujeto, objeto, caracterizadas tradicionalmente por su inmovilidad.

La representación del tiempo de la que solemos hablar es por lo general una producción consciente. El inconsciente no diferencia el pasado, presente y futuro. En el sueño, una imagen espacial puede incluir todo un período, por ejemplo, vernos niño significa que la situación del sueño tuvo lugar hace mucho tiempo o durante la infancia. La noción del paso del tiempo y el ritmo no nos es asequible sino a nivel consciente y ello en función de « los actos de conciencia » (Freud, 1900, 1925). Estos son discontinuos y dependen, según Freud, de las investiduras de objeto que intervienen en oleadas rápidas y periódicas y que provienen de nuestro inconsciente. La representación del tiempo cronológico depende del empleo continuo del sistema preconsciente-consciente, concluye Freud.

Este desarrollo se ve complicado por el hecho que el tiempo de los relojes se impone a nosotros: no cambia. Pregunta: ¿Es esto como en el caso de la realidad psíquica de los demás o del orden simbólico? Sólo podemos aceptarlo como es, mientras que nuestra evolución nos lleva inexorablemente a la muerte. Cualquier percepción del tiempo debe tomarlo en cuenta. Nuestra única libertad es cambiarlo… en la fantasía. De todos modos, el tiempo nos tiraniza: por ejemplo, el sufrimiento parece no tener fin y la alegría, demasiado corta. Es una rememoración constante de nuestras limitaciones (nuestra castración), como Einstein lo indica en la definición figurativa de su teoría de la relatividad: « Si Usted tiene una joven en su regazo, una hora le parece un segundo, y si está sentado sobre un bracero, un minuto le parece un siglo. »

Durante la crisis, la impresión del paso del tiempo también cambia: represión masiva de los recuerdos, sentimiento de que la crisis es sin fin, miedo de que nada sea ya igual, por lo que se vive una ruptura entre el pasado, presente y futuro. El tiempo se experimenta como suspendido o acelerado. Mientras que en la situación habitual nos imaginamos ser más jóvenes que en la realidad, en el momento de crisis creemos haber envejecido de repente.

Propongo la siguiente hipótesis. La representación cronológica del tiempo no es de continuidad, sino que alterna entre períodos estacionarios y de ruptura: esto es debido al hecho que nuestra identidad y la representación interna de los objetos están en movimiento constante, es decir, nunca fijas ni estables. La definición de la identidad (como del sí-mismo) lo sugiere: impresión de ser el mismo a través del tiempo y del espacio. Si sentimos que el tiempo, nuestra identidad y nuestros objetos internos siempre se mantienen sin cambios, no se trata sino de una reconfiguración de la fantasía. Pero cada crisis nos cambia profundamente y, más de lo que creemos, deja huellas en nosotros.

Esta idea parte de Freud. La representación consciente del tiempo sufre las sacudidas del trabajo inconsciente, ante lo cual propongo que se amplíe a la del sentimiento de identidad, cuya función en el pensamiento me parece insoslayable, véase, por ejemplo el esquizofrénico. Si su pensamiento resulta disociado, es porque vive a su yo como fragmentado. No logramos pensar, imaginar o representar sino a partir de un yo integrado y más o menos estructurado.

En todo caso, la identidad existe como tal, lo cual es diferente de la forma en que nos la representamos. Como muchos otros, Ricœur (1990) lo subraya proponiéndonos hablar de mismidad por la primera, y de ipseidad por la segunda, que se inscribe en una narratividad: « Soy mí-mismo al contarme. »

Entre las propuestas que quiero compartir con ustedes, les propongo que nuestra naturaleza cambiante nos incita a contrapelo pensar ser uno y el mismo. A su vez esto depende de nuestro funcionamiento en vínculo con los demás, y este vínculo nos influencia durante toda nuestra vida. No son sólo las excitaciones del ello que, al solicitar nuestra conciencia, dan forma a nuestra identidad, sino que nuestros vínculos intersubjetivos son intermediarios esenciales de cualquier representación temporal.

Para discutir esta hipótesis, revisitaré los conceptos de ciclo de vida y de las crisis por las que pasa. Es interesante dar desde ya algunas definiciones. Un vínculo es la relación de reciprocidad entre sujetos cuyos límites personales aparecen despintados. La temporalidad psíquica es la manera de cómo nos representamos el transcurso del tiempo, el encadenamiento de las etapas cotidianas, el de las estaciones, de la vida, y sus discontinuidades, sus rupturas, en particular durante las crisis.

Comienzo por la cuestión de la intersubjetividad.

Estar concernido

El concepto de vínculo intersubjetivo plantea tener en cuenta la relación recíproca entre dos sujetos inconscientes (o más). Determina el funcionamiento mental de manera que el vínculo es más que la suma de los funcionamientos individuales de cada uno de ellos: configura un tercer espacio psíquico. En cada intercambio humano se produce « un acordaje o una sintonía emocional ». Durante una conversación, por ejemplo, nos ponemos en sintonía con lo que experimentan los otros, lo que influye en nuestras vivencias. Antes de pronunciar cualquier frase, anticipamos lo que los otros pensarán de lo que vamos a decirles. E incluimos su posible respuesta en la preparación de nuestro enunciado. Pero también en el intercambio de estos dos sujetos, su psicología depende del reconocimiento mutuo, del sentido de la responsabilidad que sienten el uno por el otro y del respeto que se inspiran.

Diversos conflictos internos conspiran contra ello llevando a ignorar al otro, a despreocuparse por su destino o a desconfiar en él. El narcisismo arrogante, disfuncional en su omnipotencia juega aquí un papel preponderante.

Un vínculo intersubjetivo se desarrolla en la relación analítica, cuya transferencia y contratransferencia constituyen el eje. ¿Quién se atrevería hoy a decir que el tratamiento no produce cambios psicológicos importantes, no sólo en el spaciente, lo que es deseable, sino en el analista? Este último regresa tanto como su paciente, e incluso su identidad personal se mueve a medida del proceso, y ello independientemente de la asimetría que caracteriza su relación. Como estas dimensiones de la cura, cualquier vínculo es inconsciente y depende del funcionamiento infantil de cada uno. Otros vínculos han aclarado sus características: los vínculos familiares, de grupo, dentro de una institución. Es evidente que esta forma de entender al sujeto nos plantea interrogantes acerca de la implicación de conceptos como deseo, sujeto, pulsión, etc.

  1. Winnicott (1965), que fue un pionero en el reconocimiento de los vínculos intersubjetivos, se preguntó en su tiempo si no era conveniente volver a formular la posición depresiva desarrollada por Melanie Klein (1936) en términos de “posición de estar concernido por los demás (to be concern)”. Es decir que nuestra madurez –pues la posición depresiva es un punto culminante de nuestro desarrollo infantil‑ necesariamente nos lleva a implicarnos en el afecto y el pensamiento de los otros, y a vibrar y reflexionar en resonancia con ellos.

En estas propuestas, el otro aparece con otro espesor: su subjetividad nos llega y somos sensibles a su funcionamiento psíquico.

Voy a mencionar dos destinos que caracterizan la relación entre las psiques de los sujetos en vínculo: el amalgama y el nudo.

  • En conjunto, ambos amalgaman algunas vivencias arcaicas que les son comunes, incluso aquellas que han funcionado en su vínculo madre-hijo. Ellos tienden a unificar sus experiencias y a compartir sus fantasías y emociones. Este es el nivel más arcaico del vínculo.
  • Al mismo tiempo, uno como otro fantasean su relación como un espacio psíquico donde esperan llevar a cabo sus deseos respectivos: es como un encuentro de los deseos de los sujetos individuales, un nudo. Estos deseos son capaces de anudarse. Cada uno permanece independiente y diferente, y al mismo tiempo espera que el otro tenga en cuenta su singularidad. Se configura así lo que podemos denominar el nivel onírico del vínculo. Cada participante ingresa al grupo para realizar su deseo, decía D. Anzieu (1974).
  1. Derrida (1972) al proponer el neologismo « diferancia » subraya con fuerza la dimensión temporal en el centro del vínculo sujeto-otro. Quiere hacer hincapié en que la diferencia entre los sujetos implica que difieren: introducción de una separación entre el deseo del sujeto y el del otro, que va a reaccionar en un momento posterior al retrasar, diferir, su respuesta. El otro funciona inexorablemente en una temporalidad diferente, posterior a la del primer sujeto. Voy a volver a esto más adelante.

La crisis y su marco conceptual

La crisis se define como un cambio súbito y generalmente decisivo en bien o en mal.

Si tenemos en cuenta nuestras perspectiva, una nueva manera de entender la crisis se abre ante nosotros: revela funcionamientos insólitos, el sujeto desarrolla síntomas ciertamente preocupantes, dolorosos, que lo confunden, pero su naturaleza se explicará tal sólo en parte por la organización mental establecida y sus vulnerabilidades. Es decir: los efectos de la crisis son impredecibles; la lectura del pasado no ofrece las mejores condiciones para su comprensión. Esta conceptualización hace referencia a las conclusiones de la teoría del caos: pequeños movimientos casi imperceptibles, considerados insignificantes al lado de fenómenos más aparentes pueden causar graves consecuencias después de cierto tiempo. La relación causa/efecto está palpablemente presente, pero no sigue las leyes deterministas habituales de modo que lo que sucede ulteriormente en la crisis es más importante que aquello que la precedió. Influenciado por las nuevas interrelaciones, el presente rehace la copia (como un « re-print ») y, al mismo tiempo, se modifica todo.

El après-coup recorre este trayecto. La teoría del après-coup hace hincapié en que las construcciones mentales que tienen lugar durante la existencia remodelan el pasado, incluyendo la capacidad de rememorar, de reinterpretar aquello que ha ocurrido, comprender e incluir el acontecimiento antiguo en una continuidad de pensamientos, mitos y, básicamente, por la forma en que el sujeto habla en su diálogo interno, y con los demás, en una palabra de como se lo cuenta a sí mismo.

Una cantidad de pensadores y científicos ha contribuido a la idea de que la crisis no es predecible, mismo si no lo han formulado en términos de la teoría de la indeterminación. Así Hegel (1807) sostiene que las organizaciones tratan de desarrollarse, pero cuanto más complejas se vuelven, tanto más se vulnerabilizan y por lo tanto se hacen susceptibles de entrar en crisis al desestructurarse.

La idea de entropía, adoptada por muchos psicólogos, destaca el hecho de que la actividad de cualquier sistema conduce a un deterioro de su energía (disipación relativa), la cual es irrecuperable. El crecimiento va de la mano con el aumento de la entropía; la naturaleza tiende así a volver a la indiferenciación inicial. El pensamiento sistémico explica que reacciones negativas al tratar de neutralizar los cambios configuran antagonismos; integración y desintegración son contemporáneas o se suceden (Morin, 1976). Dado que la entropía surge invariablemente, cualquier sistema lleva a su ruina. Hay maneras de luchar contra esta fatalidad: el uso en su favor de la retroalimentación negativa o el recurso al medio para encontrar alternativas constructivas. En todos los casos, la crisis resulta de estos antagonismos. Al fin de cuentas, permite que los sistemas se planteen diferentemente sus interrogantes y que se den la oportunidad de reanudar con la marcha hacia el progreso. Acerca de las crisis económicas periódicas, se ha hecho hincapié en la idea de sobrecarga por el crecimiento excesivo de una variable a costa de otras, como en la crisis financiera debido a las primas (2007-2008).

Así como el après-coup confirma que los fenómenos son impredecibles, la reacción terapéutica negativa es muy interesante para entender una forma de crisis que corresponde a la idea de sobrecarga, según la perspectiva psicoanalítica: el sujeto no soporta el progreso que la cura le ha procurado, por lo que opone resistencias y se siente culpable porque su familia no benefició de los misma evolución. El paciente inconscientemente busca desmantelar sus logros (Freud, 1937).

La crisis y su fenomenología

Me parece importante considerar que algunas personas en crisis no tienen conciencia de lo que les sucede. Sin embargo, la indiferencia es más grave que la desesperación o la ira.

Por lo general, ubicamos una o más circunstancias que precedieron o provocaron la crisis. Yo prefiero hablar de circunstancias que de factores o causas, debido a que estos eventos actúan revelando un malestar en lugar de ser la fuente de la crisis.

Tales circunstancias son numerosas y variadas. Tendemos a pensar que están involucradas en la configuración de algunas características de la crisis. Causan un traumatismo. De hecho, aparecen similitudes entre el trauma y el traumatismo, por un lado, y las circunstancias que desencadenan y la crisis, por otro lado, así es como lo que hemos aprendido sobre el traumatismo nos permite captar la psicopatología de la crisis (Eiguer, 2003). Traumatismo se refiere a cómo el trauma se experimenta subjetivamente, la herida vivenciada, el desorden mental producido, y tiene curiosamente poco que ver con la naturaleza o gravedad de la agresión experimentada. Del mismo modo, se puede sugerir que la crisis es, aunque vinculada con las circunstancias desencadenantes, un efecto de procesos internos y profundos que afectan a los individuos, en donde el trabajo psíquico representa una nueva síntesis mayormente impredecible.

De la misma manera, la forma de recuperarse de la crisis es impredecible, un lugar indiscutible corresponde a los nuevos apoyos internos y externos, a los vínculos personales, denominados « tutores » que promueven la resiliencia (A. Eiguer, 2008).

Me gustaría hacer todavía hincapié en las circunstancias desencadenantes. Se pueden proponer dos modalidades en función de sus rasgos particulares o universales. La primera incluye una amplia variedad de situaciones: mudanza, aparición de una enfermedad física, pérdida del empleo, revelación de un secreto, fallecimiento de un ser querido. Una segunda modalidad se refiere a los eventos relacionados con la evolución del ciclo de vida, tales como el destete, la adquisición de la marcha, del habla, la resolución de la etapa anal, del complejo de Edipo, la entrada escolar, la adolescencia, el matrimonio, la crisis de la mediana edad, la jubilación.

Tenemos tendencia a incluir entre estas circunstancias cambios no necesariamente dramáticos, pero que sorprenden causando un desequilibrio por su carácter simbólico, como el matrimonio, que suele ocurrir en un ambiente de felicidad, o el nacimiento de un hijo, que también da alegría. Cada vez ganamos y perdemos algo en estas ocasiones. La idea general es que la crisis y las turbulencias son inevitables, incluso esenciales, para integrar el nuevo estado. No veamos en eso un problema del desarrollo, ya que significaría que estamos en condiciones de preverlo todo. Durante los períodos calmos del ciclo de vida, nos entregamos al bienestar experimentado; nuestra mente tiene una tendencia natural a pensar que ello será eterno. Nuestro funcionamiento narcisista constructivo juega un papel en este sentimiento. Las personas que están constantemente atemorizadas por el próximo golpe bajo del destino tienen dificultad para disfrutar del presente.

Esto nos lleva a la distinción entre crisis cíclicas y no cíclicas. Las crisis cíclicas se intercalan con períodos de calma, sobre todo si se resuelven. De lo contrario, una tensión básica favorece la aparición de nuevos trastornos.

Las manifestaciones de la crisis y la tiranía del paso del tiempo

Estas están marcadas por la negatividad.

  1. Representación alterada de la duración pues con la crisis se cierra todo el panorama: « Esto se ha estado preparando durante años. » Represión del recuerdo de los momentos de tranquilidad. La crisis crea la impresión de detener el flujo del tiempo, pasado, presente y futuro se mezclan (Kaës, 1979). La persona está obsesionada por el temor de que su psiquismo quede definitivamente comprometido. Esta alteración parece estar relacionada con la gravedad del trastorno de pensamiento, que es tanto más profundo cuanto que el sentimiento depresivo es tenue y viceversa. Dicho de otra manera, tanto más el pensamiento se siente abrumado por la confusión, la factualidad y la falta de figuración, cuanto más la representación del tiempo estará alterada. Se encuentra invadida por la negatividad. Por cierto, los pensamientos depresivos alimentan la ansiedad por el futuro, que es visto como catastrófico, pero por otro lado en reacción estos pensamientos sumergen la mente en la nostalgia, un sentimiento que idealiza el pasado. Se forma una escisión. Así es como la nostalgia restaura la representación del tiempo y nutre la imaginación con la sensación de que por entonces fuimos capaces de logros. Tuvimos una experiencia diferente y mejor que la de hoy en día.
  2. La distorsión de la percepción se manifiesta por un sentimiento de extrañeza, incomprensión de lo que sucede. Dice un paciente: « Descubrí un lado vulnerable en mí que desconocía. » Esto lleva a trastabillar el sentido de la identidad y de la apercepción de otras personas, familiares o amigos, lo cual produce malestar e inestabilidad. Los efectos se hacen sentir: perplejidad, rápida alternancia de sentimientos contradictorios difíciles de identificar, lo que aumenta la confusión. También se genera ansiedad, y con frecuencia.
  3. Para deshacernos de estas sensaciones penosas, tratamos de encontrar una interpretación de lo que está sucediendo. El pensamiento se moviliza con urgencia. Bajo la influencia de la experiencia actual, el pasado se reinterpreta.
  4. Conductas prematuras y brutales, excesivas e inadecuadas se producen a menudo: alejarse, amenazar, hacer planteamientos, ultimátums. Las fronteras exteriores se borran. Se cree que ajenos se han convertidos en invasores.
  5. A veces, acusamos al « maestro reloj » que quiso « cambiar las cosas », que haciéndonos evolucionar nos impulsó a un cambio inoportuno y a vivir una crisis que nos sumerge en algo desconocido. Un trabajo de duelo permitiría elaborar este tipo de cambios, pero está eventualmente obstaculizado por lo negativo de la herida narcisista vivenciada, el odio hacia el otro, el resentimiento y el deseo de venganza. A. Green (1982) gustaba hablar de duelos rojo, blanco o negro, respectivamente en relación con la castración, con lo negativo o con la muerte de un ser querido. Por último, el tiempo de recuperación dependerá de la realización de este trabajo.
  6. La crisis a menudo deja huellas, aunque tarde o temprano será reconocida su utilidad en prevención de futuras crisis. Además, proporcionará los medios necesarios para abordarla de manera diferente si corremos el riesgo de que se repita. Las dificultades encontradas generan un movimiento hacia la creación al punto de preguntarnos si la vida no las necesita para evolucionar. Esta idea se aplica en otros campos, la economía, la historia, donde la noción de crisis cíclica también se ha desarrollado.

El caso de Marie-Odile

Marie-Odile es una paciente de treinta años. Durante una sesión de dos años después del comienzo de su análisis, relata un sueño: Estando en otra ciudad, llega a su hotel tarde por la noche. Cansada, bebió demasiado y quiere llegar rápidamente a la habitación ubicada en un piso superior, pero comprueba al querer abrir la puerta que en la recepción se le dio una llave equivocada. Desciende a la recepción para pedir otra. En este momento, entra un grupo de cuatro jóvenes hilarantes, sorprendidos al descubrir que el vigía nocturno es uno de sus amigos. Se ríen de él: « ¿Qué estás haciendo aquí en un sábado de fiesta? » Con la nueva llave, Marie-Odile se aleja, pero no encuentra ya el ascensor. Recorre varios pasillos sin luz y más o menos desiertos. Por un momento, se pierde, se angustia, vuelve sobre sus pasos, pide que se le indique el camino; sin embargo nadie sabe darle el correcto. Finalmente ubica el ascensor, pero ahora está descompuesto. Regresa a la entrada, donde se le indica el ascensor de servicio. Este funciona, pero no se detiene en todos los pisos. Está cada vez más cansada. Cuando por fin llega a su piso, las habitaciones han desaparecido: ahora es una terraza desde donde parten pasarelas hacia otros edificios. Es casi de día. Se despierta.

Su primera asociación del sueño es que se trata de un « sueño depresivo », como hizo con otros en que ella no podía llegar a destino. Un poco más adelante en la sesión, Marie-Odile relata que este fin de semana hizo el amor varias veces con su compañero, pero nunca pudo llegar a tener “placer” (orgasmo). Se sentía frustrada esperando cada vez lograrlo, pero sin resultado.

Durante el relato del sueño, siento de mi lado una clara impaciencia y una sensación opresiva cerca de la fatiga; me parece que pasa demasiado tiempo. Me imagino estar dando vueltas en un laberinto. Poco y nada acontece. Marie-Odile opera en un espacio abierto, pasillos, ascensores, terraza. Sin embargo, parece bloqueada, yo también estoy en la imposibilidad de librarme de la sensación de pesadez. Me digo entonces que la búsqueda infructuosa de su habitación de hotel puede representar a sus intentos sexuales. Y ella ignora cómo satisfacer sus diversos anhelos tal vez contradictorios. En cambio, no estoy seguro de que el sueño sea “depresivo », como afirma. Le señalo entonces: El acceso a la habitación es su punto doloroso. Su trayectoria laboriosa y persistente ¿reflejaría el temor de arribar allí?

Bajo estas impresiones, hago una interpretación diciéndole que me parece estar buscando una conexión entre el interior y el exterior, entre su deseo y la satisfacción sexual difícil. Más tarde agrego que le gustaría llegar al goce, pero no soporta dárselo al mismo tiempo a su amigo, que la ha engañado recientemente. En el fondo ella tiene miedo de que así su rabia contra él disminuya y que sus celos pierdan su razón de existir.

« Olvidarse » en el acto de amor sería como « olvidar » su ira, y admitir que todavía está apegada a él.

Comentarios

Me gustaría asociar la Odisea con este ejemplo: una metáfora del viaje del héroe Ulises, que trata de regresar a su tierra natal y se enfrenta con obstáculos inimaginables que se lo  impiden. Para los antiguos griegos, es la tragedia del ser humano, quien se empeña en luchar una y otra vez contra el destino, sin éxito. Ulises finalmente llega a su patria, pero ¡a qué precio!

  1. En este sueño, el tiempo parece durar una eternidad, nada parece cambiar ni lograrse, perpetúa de esta manera el sufrimiento masoquista. La desorientación espacial representa la desorientación temporal. La paciente se pierde en este espacio devenido extraño; la secuencia de los acontecimientos se transforma en algo bizarro.
  2. El sueño de Marie-Odile ofrece un ejemplo de la representación inconsciente de la casa. El hotel representa, entre otros significantes, al cuerpo, tal como Marie-Odile lo vivencia: un espacio inaccesible, inhóspito.
  3. La paciente no logra usar la llave-pene para acceder a su habitación-su interior. Durante el acto de amor, « no está donde debiera estar », al igual que el vigía nocturno que no fue a la fiesta con sus amigos.
  4. La entrada es invadida por unos jóvenes que le irritan. Ella los considera desagradables, en realidad, son felices.
  5. Se siente demasiado sola en la casa-hotel mientras que desea abandonarse a un sueño tranquilo. Básicamente, si no llega a la habitación es porque tiene ganas de diversión, cariño y compañía, no tanto de soledad.
  6. La figuración del vigía remite a su sueño inquieto y a los momentos de insomnio en la noche. Como si dijese: « Te atormentas en lugar de divertirte, de entregarte al placer. »
  7. Sin embargo, el final del sueño le permite encarar de salida del hotel-cuerpo y vencer la inmovilidad del tiempo: respirar el aire fresco, ir a otra parte, un tiempo abierto para nuevas oportunidades.
  8. En mi contratransferencia, en la medida en que yo estaba en sintonía con ella, tuve dudas y pesadez asociadas con el contralor hasta el punto de casi sofocarme. Debo rebelarme contra el masoquismo al que la paciente me invita a compartir. Mi asociación providencial con el acto de amor ¡me permite salir adelante! Sin embargo, no se me ocurrió sino después del trastorno temporal al que este sueño aporta una figuración.

La identidad y la teoría de los vínculos intersubjetivos

Llegamos a nuestro último punto, en donde quiero dar un modelo de la identidad según la teoría de los vínculos intersubjetivos y a continuación aplicarlo a la dinámica de la temporalidad.

La representación de la identidad está relacionada con el tiempo, pues está propuesta incluso en su definición: la impresión de la continuidad en el tiempo [además del espacio]. Nos enfrentamos con el cambio de nuestra personalidad a medida que transcurre la existencia. Es cierto que, en condiciones normales, la unidad de la identidad no está alterada, ya que estimamos que estos cambios no son lo suficientemente radicales ni duraderos como para que afirmemos haberla perdido.

Si una persona recibe un trasplante, el problema de los efectos sobre su sentimiento de identidad se discute habitualmente entre nuestros colegas, e incluso llevó a consideraciones filosóficas desde la Antigüedad. Los filósofos concluyen que sólo la sustitución de nuestro cerebro por el de otro nos puede dar la sensación de un cambio radical de identidad. Y eso en la medida de que sabemos que nuestro cerebro es la sede de nuestra psique. Sin embargo, la clínica cuenta con muchas situaciones en las que un posible cambio de identidad provoca gran conmoción: después de una transfusión de sangre, de haber obtenido otra nacionalidad, o durante la adolescencia y de toda crisis del ciclo de vida. Otras veces, el cambio identitario escapa al sujeto, pero no al otro como en el caso de la versatilidad, de la impostura, del trastorno fronterizo y de la psicosis. Citemos los efectos nocivos de la tortura o de la incorporación en un grupo sectario. A la salida de un campo de trabajo durante la Segunda Guerra Mundial, un hombre no respondió cuando un conocido lo llamó por su nombre en la calle: estaba acostumbrado a ser llamado por el número grabado en el brazo. Este sobreviviente no establecía tampoco conexión entre pasado, presente y futuro.

Consideremos la pregunta de otra manera. A menudo cambiamos y dependemos más o menos de la opinión de los demás, cuyas críticas a veces nos afectan hasta el punto que nos proponemos cambiar para que nos acepten mejor. Entonces nos recordamos de la mirada materna y de su función principal durante nuestra infancia para la definición de nuestro género, de nuestro nivel intelectual, de nuestros atributos, de nuestra personalidad.

Ante el reto de la paradoja de ser yo tanto el que soy como el que me mira, muchos filósofos y psicólogos han tratado de encontrarle una respuesta. Concluyeron diciendo que la adquisición del funcionamiento de la fantasía nos permite aceptarla, pero sólo si se juega con la idea de que tenemos a otro en nosotros, quien es capaz de mirarnos y que nos dice quiénes somos. Es decir que vistiéndonos con los hábitos del otro podremos definir nuestra identidad.

Sin entrar en los detalles del efecto de espejo negativo del otro sobre la autoestima, debemos admitir que otro nivel interviene por lo general, el de la relación intersubjetiva. En la medida en que estamos en reciprocidad psíquica con el otro, presente, ausente, virtual, imaginario, entramos en « sintonía » (“en acuerdo”) con su psicología. Por eso, nuestra identidad va cambiando. La representación del tiempo también aparece como atropellada. Esto se agrava durante las crisis: este cambio es demasiado brusco y nuestra capacidad de integrarlo para adaptarnos a él es limitada, porque nuestra identidad está bajo el influjo de su inercia, que actúa como un freno. De hecho, las crisis marcan fuertemente estos cambios de identidad; son el producto del correr del tiempo y, a su vez, influencian el ritmo del paso del tiempo.

A partir de estas consideraciones, el lugar del otro confirma su valor incuestionable. Por ello, tres razones nos llevan a destacar que el otro es el mayordomo (régisseur) de nuestra temporalidad psíquica.

  • Durante el primer vínculo, el alejamiento de la madre causa sufrimiento al lactante. En su ausencia, éste alucina al seno; es una solución temporal y precaria, aunque superable, siempre y cuando la madre se presente como un « recurso ». Así, « la postergación de la inmediatez alucinatoria, su desvío se desarrollará a través de la internalización de la mediación del objeto, que transforma poco a poco la alucinación en representación. » En otros términos, el otro promueve la moderación (comedimiento) en el lactante, la « restricción de la investidura » y regula « el acto de descarga alucinatoria », dice R. Roussillon (1997, p. 1671). Y prosigue: « El tiempo primero proviene de esta necesidad del pasaje por el otro, quien es diferente: lo diferido (lo retardado) resulta de la introducción de lo diferente en una cadena psíquica. Es por eso probablemente por lo que hay una solidaridad psíquica entre la relación con la diferencia y la relación con la temporalidad: ambas resultan del fracaso de la actualización alucinatoria y de la introducción de la tolerancia, lo cual hace posible la esperanza de utilizar un objeto de « recurso »” (Roussillon, cit. loc. cit. Cf. igualmente J. Derrida, op.cit.).
  • Posteriormente, la mirada materna (y paterna) ofrece una forma de espejo que reflejará la imagen del sujeto, temprana modelización de la identidad. A partir de la imagen reflejada, la identidad se construirá y surgirá en su completitud, ya que sólo el otro es capaz de reconocer la « totalidad de ser yo ».
  • Del mismo modo, el otro, el padre y/o la madre, es el intermediario de las representaciones trans-generacionales de los antepasados. Las lleva en él. Las designa, es en su nombre que se convierte en el portavoz de la transmisión de la ley.

La secuencia de las generaciones propone el modelo de vinculación entre el pasado, presente y futuro: una generación engendra a otra como el pasado engendra el presente y éste el futuro. Esta es la representación cronológica. Desde ese lugar, el otro es el testigo de este desarrollo secuencial.

Si bien la madre se alejó « definitivamente » del hijo, su eco aparece en cada uno de los vínculos. Este otro me habita, el de mi primer vínculo; es miembro de un parentesco y de una cadena de generaciones. Así es como una sucesión de otros se despliega en lugar de lo negativo, aquel hueco dejado por la primer ausencia (la famosa alucinación negativa).

La esfinge pregunta a Edipo: « ¿Quiénes son estas hermanas que se engendran una a otra? » Él responde: « Son el día y la noche. » Remarca. El tiempo de las generaciones no implica una repetición, sino una sucesión progresiva. Y si es cierto que cada uno de nosotros reproduce el ciclo de vida experimentado por su genitor, nos corresponde hacer nuestra esta experiencia singular.

Hablemos de la fórmula de J. Lacan (1966) “El deseo es el deseo del otro”. Fue Hegel (1807) quien la había propuesto. En este último, el deseo debería realizarse en un futuro. Con esto quiere decir que se trata de esperar la respuesta del interlocutor: que reconozca en el primero a un sujeto que desea y que movilice una mirada hacia él. El sujeto sería aún más feliz si el otro lo desease. La breve fórmula no lo dice explícitamente, pero el pensamiento hegeliano nos permite pensarlo. Ahora bien, creo que si el deseo, que es la expresión del inconsciente más paradigmática, se define en términos de reciprocidad sujeto-otro y de reconocimiento proveniente del otro, es decir, de vínculo intersubjetivo, esta formación se nos revela totalmente insoslayable.

 

El caso de Malik

Malik, un paciente de 45 años, diseñador gráfico, se convirtió en agente de bienes raíces en su país de África como consecuencia de una situación curiosa. Formaba parte de un movimiento clandestino que condujo una guerra de guerrillas en su país. De chico aún, en plena jungla, decoraba las paredes de su pueblo para las fiestas y también creaba y pintaba máscaras. En su grupo disidente político, fue responsable de la edición del periódico clandestino, así como de la fabricación de moneda falsa y de documentos de identidad igualmente falsos. Malik era un joven muy cuidadoso y meticuloso, por ejemplo, podría pasar muchos días a imitar una firma oficial, para acostumbrar a su mano a imitar al repetirla hasta sentir que se había convertido en el otro personaje, y entonces escribía la falsa firma.

Falsario talentoso y demasiado joven para participar más, salvó su vida, según él, estando lejos de la acción militar, muy arriesgada y que fue fatal para muchos de sus compañeros. Su movimiento había robado y ganado grandes sumas de dinero, que sus miembros no sabían dónde guardar. Malik fue designado para crear una agencia de bienes raíces, « un negocio de fachada », me dijo, para “blanquear el dinero”. El grupo temía que los billetes apareciesen en el sistema bancario. Entonces Malik se propuso hacer sofás y sillones con material liviano, cartón, papel, productos acolchados. Hueco, el mobiliario era bastante sólido, funcional y vistoso como para ser dispuesto en la decoración de las propiedades que el grupo iba vendiendo. El truco consistía en ocultar los billetes dentro de los muebles, que se transportaban a medida que las ventas se efectuaban. La astucia no fue desenmascarada. Del mismo modo, Malik nunca fue atrapado; su espíritu camaleónico le llevó a controlar la situación un tiempo suficiente hasta que una amnistía le permitió evitar la cárcel. Puede ser que dominó totalmente la relación entre la identidad y la representación del tiempo. Mientras imitaba a otro, su tiempo personal estaba suspendido.

Este caso llamativo evoca la noción de apariencia. Toda la habilidad de Malik fue empleada en la imitación para lograr la verosimilitud. Malik sentía cierto goce al ver que lo falso pasaba perfectamente por verdadero. Al mismo tiempo, amaba locamente dibujar, calmar así sus temores a través de su búsqueda de un gesto “perfecto” y ello para olvidarse por completo. El « fue » otro.

Sin embargo, el ejemplo de Malik nos deja desconcertados. Algunas de las funciones de la decoración encuentran aquí una confirmación: la necesidad de jugar, divertirse, crear un espacio transicional entre el sujeto y el mundo, entre su experiencia y la realidad, no totalmente en él ni en otro. Podemos hacer una comparación entre el caso de Malik y el de muchos falsificadores y jugadores patológicos, que tratan de alejar al miedo engañando, al mismo tiempo que se divierten… ¡en realidad, a costa de los demás!

Un designo me parece tener lugar en este caso: el aferrarse a la vida. Lo falso alcanza su verdad allí: es decir que la lucha por la vida da cierta legitimidad a estos comportamientos. ¿Estar en lo cierto aun cuando se trata de apariencia? Malik solía hacer un buen trabajo de artesano cuando fabricaba sus sillones mientras que era consciente del engaño.

Más allá de la versatilidad, la tarea de la representación de nuestra identidad es la de hacernos pensar que somos uno, único y unificado. Malik había engañado igualmente, pero eso lo salvó. Se hizo diferente –otro- para diferir.

 

Conclusiones

Durante la crisis, quedamos apresados por la temporalidad: el presente nos escinde del resto. El tiempo nos parece pasar muy rápido. Los acontecimientos, precipitarse. De acuerdo con las coordenadas cartesianas, el tiempo es invariable, mientras que el espacio varía. Pero la representación del tiempo también varía mientras transcurre nuestra existencia. En la medida en que crecemos sumamos crisis tras crisis de tal manera que el paso del tiempo nos parece cada vez más acelerado.

El tiempo está estrechamente relacionado con nuestra identidad, que sobre-determina (condensa) nuestros pensamientos y emociones. Nuestra identidad se va modificando a medida del pasaje del tiempo, que en su caso es un tiempo marcado por los vínculos intersubjetivos. Sería el otro el que nos ayuda a construirnos como sujeto singular y nos ofrece la posibilidad de diferir nuestro deseo; así es como:

  • Construimos en nosotros una esperanza,
  • Una nueva representación (nuestro reflejo en los ojos del otro) y
  • Las representaciones de una pluralidad de otros (nuestros antepasados, los miembros de las generaciones anteriores).

La madre es la que se va, pero la esperamos toda la vida sabiendo que su reaparición es improbable. Es una esperanza des-esperada, que mantiene la íntima alegría de haber vivido una presencia y de haber adquirido así la capacidad de pensar.

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 Resumen

Durante la crisis, el sentimiento del paso del tiempo cambia: la represión masiva de los recuerdos, la sensación de que la crisis es interminable, el miedo que nada será ya igual; ruptura entonces entre el tiempo pasado, presente y futuro. El tiempo es vivido como suspendido o acelerado. El autor propone la siguiente hipótesis: la representación que se tiene del tiempo no es el de una continuidad, sino que alterna entre períodos estacionarios y de rupturas: esto es debido al hecho que nuestra identidad y la representación interna de los objetos están en constante movimiento; en otras palabras, nunca fija ni estable. La definición de la identidad lo sugiere: impresión de ser el mismo a través del tiempo y el espacio. Si creemos que el tiempo, nuestra identidad y nuestros objetos internos son siempre los mismos, se trata de una recomposición del fantasear, que nos da la impresión de que esto es así. Pero cada crisis nos cambia profundamente y más allá de lo que creemos. Con la edad, el tiempo nos parece ir cada vez más rápido porque el tiempo precipitado de las crisis deja huelas en él.

Para debatir acerca de estas hipótesis, el autor toma el ejemplo del ciclo de vida y de las crisis por la que pasa (la llegada de un nuevo bebé en la familia, por ejemplo). Revisita el duelo que la crisis desencadena y en particular la cuestión de la intersubjetividad, que tiene una función de primer orden en nuestra representación cronológica. Dos viñetas clínicas lo ilustran.

Palabras clave. Tiempo de crisis, relación intersubjetiva, identidad, negatividad, dolor.

 

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[1] Dr Alberto Eiguer. Psiquiatra y psicoanalista (APDEBA y SPP). ExDirector de la revista Le Divan familial, expresidente de la Asociación internacional de psicoanálisis de pareja y familia, director de investigaciones en el Laboratoire PCPP de l’Universidad de Paris 5-Sorbonne-Cité, Institut de psychologie. Sus libros más recientes : Une maison natale, Paris, Dunod, 2016 ; Les pervers-narcissiques, Paris, PUF, 2017. L’analyste sous influence, Dunod, 2017. 154 rue d’Alésia, 75014 Paris, Francia. albertoeiguer@msn.com

Este trabajo fue leído en Aix-en-Provence, Francia, en la jornada organizada por Groupe Méditerranéen de la Société Psychanalytique de Paris el 1° de diciembre de 2012, y en Buenos Aires, en la Asociación Psicoanalítica Argentina el 27 de agosto de 2013. Traducido al español y completado por el autor.