La perversión en los vínculos familiares

Alberto Eiguer

Resumen

El autor evoca los malos tratos físicos familiares así como aquellos imperceptibles y tenaces, y por lo tanto mucho más invalidantes, que toman la forma de la actuación perversa. En esta época, en la que tienen lugar profundos cambios en las familias, se nos plantean nuevas preguntas clínicas. ¿Por qué una persona se puede sentir en deuda con otra al punto de sacrificar su libertad? ¿Cómo reaccionar cuando uno se siente traicionado? ¿Por qué se aceptan humillaciones y sevicias sin decir una palabra? ¿Cuál es el papel de la vergüenza? ¿Quién tiene más miedo del otro, el perverso o su víctima/cómplice?

Summary

In this paper the Author talk about physical family mistreating, specially those imperceptible and pugnacious, therefore more disabling, as perverted acting. In this time, in which we observe profound changes inside the families, we face new clinical questions. Why a person can feel in debt with another to the point to sacrifice freedom? How react when a person feels betrayed? Why somebody accepts humiliations and servitudes without talking about it? Which is the role of shame? Who are more afraid in front of the other, the perverted or the victim/accomplice?

Palabras clave  Perversión, terapia de pareja, terapia familiar, violencia sexual

Key Words Perversion, couple therapy, family therapy, sexual violence

“Preferiría ir al paraíso por el clima y al infierno por la compañía.” Mark Twain.

La actualidad de este tema es indiscutible. La perversión está presente en los abusos sexuales, en los comportamientos sexuales perversos en las parejas, en las violencias psíquicas que arrojan una sombra sobre las familias, alterando profundamente la naturaleza de los vínculos. Pensamos que es necesaria una puesta al día para precisar los mecanismos en juego, diferenciando las modalidades neuróticas de funcionamiento de las no neuróticas, con el objeto de estudiar el origen de las dificultades, principalmente para poner en perspectiva su estructura inconsciente.

Del sinceramiento en las relaciones entre los géneros y las generaciones al temor de la libertad

¿Por qué asistimos a un aumento de los problemas de naturaleza perversa? Incuestionablemente hay numerosos malentendidos en lo que se refiere a las consecuencias de los cambios actuales en las familias. En pocos años hemos asistido a una liberalización de las costumbres y de las actitudes en el sentido de una intimidad más compartida, de decisiones y tareas entre cónyuges y entre padres e hijos. Pero tenemos la sensación de que esto produce temor: temores por la liberación sexual, la liberación femenina, del niño, por la pérdida de la autoridad parental; dicho de otra manera, temor a ceder poder o a perderlo. Las ideas de Eric Fromm (1938) y de Jean-Paul Sartre (1943) son muy esclarecedoras para explicar tales paradojas. Se tiene miedo de la libertad porque uno teme quedar solo, sin el sostén y el calor de su familia y más ampliamente de sus amigos y colegas. Ser libre implica tomar sus decisiones de manera independiente, y tener que asumir las consecuencias: los éxitos o los fracasos, la aprobación o la crítica, la adulación o la vergüenza y el oprobio. Entonces uno se eterniza en la dependencia; se prefiere la sumisión y se acepta sin reaccionar los vejámenes, aunque esto duela y se deterioren las capacidades creativas personales. La privación de la libertad no es únicamente el efecto de una opresión exterior, que se apoyaría en el consenso, en las opiniones mayoritarias. El sujeto puede consentir, con frecuencia, ser cómplice inconsciente de una red de la cual no discierne ni los mecanismos ni las consecuencias nefastas sobre su integridad.

El estudio de los aspectos perversos en los vínculos de familia se ha hecho indispensable, porque éstos corren el riesgo de deslizarse fácilmente hacia el ejercicio de la arbitrariedad. Vincularse con otro y apegarse a él implica una forma de dependencia que conduce a excesos. El carácter discreto de la violencia perversa juega cierto papel en este deslizamiento. Además las ventajas narcisistas de la relación son alabadas por el agente de la perversión; el otro se sentirá realzado por la situación, aun cuando ésta pueda perjudicarlo.

Los descubrimientos sobre los aspectos perversos en la pareja y en la familia deben mucho a los estudios sobre la perversión-narcisista; sin embargo, el funcionamiento particular de la pareja y de la familia juegan siempre un papel importante; se trata de uno o varios vínculos intersubjetivos organizados en la red de parentesco, con sus leyes, sus lugares y sus funciones propias (A.Eiguer, 1989, 1997). Un vínculo es más que una relación entre dos personas; éstas se influencian mutuamente; construyen fantasías, defensas comunes. Su dependencia recíproca los conduce a veces a olvidar que son diferentes, que tienen deseos singulares. Cada uno puede vivir al otro como una parte de sí mismo; lo que sería más grave todavía es vivirlo totalmente como uno mismo. La desviación perversa en los vínculos de familia representa una tentativa por anular la diferencia del otro. Se vive el deseo del otro como una insubordinación o el tener pensamiento crítico. Esto es rechazado y envidiado al mismo tiempo.

Tomemos el ejemplo del hombre que golpea a su pareja. En la mayoría de los casos, él reacciona con violencia al deseo de separación de ésta, al anuncio de su deseo de dejarlo. Antes de esto, la pareja ha podido establecer un vínculo muy simbiótico a fin de evitar que se exprese la originalidad de cada uno, una originalidad que está asociada erróneamente con ruptura y pérdida. De este modo, el hombre tiene tanto miedo de ser abandonado como de ser confrontado al hecho que su esposa piense, que sepa expresarse con precisión, que tenga encanto y que se desprenda de ella un no sé qué de misterioso. Evidentemente, estas cualidades pueden encantar a cualquier otro hombre, también podría darle placer al marido. Pero es lo contrario; lo femenino le hace verlo todo “rojo”; para él es un peligro.

Otros hombres colocados en la misma situación y con temores similares ensayan un método diferente al de la fuerza física; es la fuerza psíquica de la manipulación, de la persuasión y del utilitarismo. Entramos entonces en el dominio del vínculo perverso. También las mujeres pueden ubicarse como dominadoras; con frecuencia es un juego alternativo, siendo cada uno a su turno el amo. También se encuentran mujeres que golpean a sus esposos o que los manipulan, o mujeres que reaccionan con defensas perversas frente a esposos que maltratan físicamente.

En el campo de estos horrores, se pueden encontrar todas las variantes y combinaciones posibles.

Deuda y obligación

En la familia, podemos buscar la fuente de muchos de estos excesos en la forma en que es vivido el cuidado, el don y la generosidad. Los padres tienen una función esencial en la formación del pequeño ser. Sin su presencia, cuidado, amor, educación y transmisión de un legado inconsciente, éste no podría sobrevivir. Ellos brindan mucho de su persona. Naturalmente tienen el derecho de reclamar lo debido. Es lo que sucede habitualmente. Dar suscita un contra-don. El niño se siente su deudor. Ha recibido la vida y una formación, les estará reconocido. Pero no podrá compensar jamás todo lo que ha recibido. Entonces pagará esta deuda dando a sus propios hijos. Es lo que se denomina el “don vertical”.

Pero quedar en deuda hacia sus padres puede desarrollar en el hijo un sentimiento abrumador, conduciéndolo a veces al auto-sacrificio. Si los padres no son capaces de renunciar a ciertas exigencias, pueden querer culpabilizar al niño recordándole lo que han hecho por él y pidiéndole indirectamente que se quede con ellos. A veces los padres u otros miembros de la familia inducen sentimientos curiosos: el niño puede estar orgulloso de haber tenido padres “súper”, “únicos”, “superiores”, que habrían transmitido cualidades distinguidas o la capacidad de conquistar el mundo.

Esto se complica cuando los padres no han sabido o podido transmitir el compromiso de que se renunciará a mantenerlos cerca de sí, y que es posible y benéfico para él encontrar su felicidad al lado de otros que no sean sus allegados, proponiéndole instrumentos para saber de qué manera llevarlo a cabo.

Si éste no es el caso, el don será desmesuradamente pesado para el hijo, que no podrá o no sabrá honrar su contra-don más que “donando” su persona, literalmente privándose de una parte de sí mismo, de realizaciones, de un casamiento satisfactorio, de hijos propios a su vez bien desarrollados.

En este caso, están en juego mecanismos perversos. Dar se convierte en un medio de presión tan poderoso como frustrar. Los padres super-generosos también llegan a ser tan destructores como los padres debilitados; llama la atención que en general estos son más citados en nuestros trabajos científicos.

 Yo quiero subrayar que esta realidad clínica es muy frecuente. La he encontrado en las familias migrantes en las que un miembro (adulto o adolescente) presenta los siguientes comportamientos: la adicción, las escarificaciones, la bulimia, los estupefacientes. Encontramos juntos demasiado don y demasiada insuficiencia: la sensualidad tiende a compensar la falta de amor; el ofrecimiento de regalos, la falta de seguridad; las confidencias inoportunas, la falta de interés o de comprensión referida a la intimidad del otro.

La incestualidad, especialmente entre la madre y su hijo varón o mujer, está favorecida por la política del don, la que se hace vivir al niño como ofrecimiento excepcional, u ofrecida con grandes esfuerzos: “Puesto que yo me sacrifico, tú debes sacrificarte”; entre los contra dones reclamados, se encuentra el don de sí mismo, el sometimiento. Para esto el hijo no debe pensar, soñar o tener su propio mundo. La perversión en el vínculo madre-hijo es la forma más frecuente y la más dramática de perversión femenina. El niño puede ser sobrevalorado, alabado,  llevado a la cima; en realidad, está fetichizado, es considerado como una parte de la madre, su cosa y el instrumento de su deseo de auto-idealidad (A.Eiguer, 2005). He tenido la ocasión de emplear el juego de palabras cautivar/capturar.

Rasgos de la perversión moral

El funcionamiento perverso está marcado por una conducta abusiva. “El agente” hace actuar a su víctima sin que ésta lo sepa. La complejidad de su actuar indirecto y a distancia me llevan a hablarles de los rasgos de la perversión moral. He podido establecer un determinado número (A.Eiguer, 1997), por ejemplo:

  • Malignidad
  • Ausencia de sentido moral
  • Buen contacto
  • Intento de dominio del otro, manipulación
  • Tendencia al secreto y disimulación.
  • Regocijo en el ejercicio de la manipulación y especialmente luego de su revelación; esto suscita temor, vergüenza, auto-desprecio en el otro.
  • Argumentaciones para justificar la actuación
  • Los perversos se comportan sirviéndose de una cantidad de medios:
  • Posición altanera
  • No reconocimiento, ausencia de gratitud
  • Lenguaje cínico
  • Formulaciones agresivas: recordar los defectos del otro, sus fracasos
  • Todo esto coloreado por un discurso pseudo-moral.

 

Una de las características de la perversión en la familia o en la pareja es la utilización del otro, de sus recursos, de su saber, de sus talentos. Los argumentos sirven para justificar las actuaciones. Con frecuencia las víctimas son las primeras en evocarlos como si ellas fuesen las portavoces de un comportamiento que sin embargo tiende a aniquilarlas. El perverso puede iniciar a su víctima en la vida profesional (por ejemplo el Pigmalión). Para esto, trata de probar que su “alumno”, el o la pareja, está incompleto. Esto justifica los sacrificios, los renunciamientos y las reprimendas; al mismo tiempo el alumno debe reconocer que le son necesarias. Los maestros más poderosos juegan con la libertad concedida,  con los buenos sentimientos.

En el caso de las perversiones, el pensamiento trata de servirse de teorías sobre el beneficio de las sevicias infligidas. El compromiso es mutuo, uno muestra una voluntad dominadora; el otro consiente a ella pensando que sacará provecho.

El agente, su víctima y el testigo

Fuese como fuese, no es que para el perverso el otro es totalmente inexistente; al contrario, le importa que tenga presencia para anularlo.

Aun cuando la reciprocidad intersubjetiva se juega entre dos sujetos,  habitualmente están implicadas otras personas. En la familia, los que observan la situación experimentan sentimientos que van de la estupefacción al goce, pasando por el temor de convertirse también ellos en víctimas. Todo vínculo tiene inter-función con otros vínculos. Esta comprobación clínica ha permitido notar que un tercer personaje forma parte del juego: el testigo. No es el agente de la perversión o la víctima/cómplice, sino un ser diferente. Está presente en la realidad y en la fantasía compartida de los miembros del vínculo.

Gérard Bonnet (1983) observa que el exhibicionista actúa hacia una víctima y también en relación con un testigo, policía, gendarme, juez. Lo desafía, lo provoca, le huye escondiéndose y reapareciendo; le “permite” también atraparlo. Un pacto inconsciente parece anudarse entre estos tres personajes, a pesar del sentimiento consciente que la víctima y el representante de la ley pueden tener respecto de esto. Estos últimos son integrados de manera fortuita, ocasional y, por supuesto, reaccionan mostrándose ofuscados y se rebelan frente a su implicación. Ignoran que el paciente ha decidido de este modo.

El testigo es un personaje cuya presencia es vital para el  conjunto del desarrollo: horrorizado por lo que ve, recurre a la ley. Apoyándose sobre las desventuras a las que puede conducirlo el respeto de la ley, el perverso no se privará de señalar que es “ridículo” someterse a ella.

Se pueden proponer diferentes ejemplos que ilustran el hecho de que los terceros sufren por los efectos del funcionamiento a distancia de un perverso aislado o de una pareja de perversos. Estas son figuras emparentadas con las del testigo.

Presentémoslo de otra manera: la perversión se produce en una red de vínculos en la que se encuentran el sub-grupo del público, el de los que la ratifican. ¿Cuál es el lugar en esta red de la esposa del violador, con frecuencia respetada, admirada, temida por alguien que frente a otras mujeres es un despiadado agresor sexual? Este puede vivirla como inalcanzable, como que no se deja “penetrar psíquicamente” por sus proyecciones. ¿Es por estas evitaciones recíprocas que la relación de la pareja termina por volverse insulsa?

En las familias donde reina un padre incestuoso, los otros miembros están implicados en diferentes grados. Actuando por inducción a distancia, el perverso es estimulado por los efectos que puede producir su comportamiento. Su esposa, deprimida, desvalida, parece a veces aceptar en silencio lo que se trama a sus espaldas: ella es como el testigo del incesto. El padre sabe utilizar su carisma sexual junto a su hija para destruirla y humillarla. Sabe poner celosas a las hermanas de la víctima. Se impone un mito familiar, al cual adhieren en mayor o menor medida todos los miembros: el de la superioridad de la sexualidad como emblema de poder y de fuerza; ser utilizado sexualmente no es presentado como un oprobio sino como un privilegio. En el grupo familiar del agresor sexual, se suele evocar la ideología del sacrosanto espíritu de familia.  Un caso conocido es el del padre incestuoso, que invoca el respeto de la unidad familiar para exigir la retractación de la hija que lo ha denunciado.

El padre de Patricia había comenzado a tocarla cuando la niña tenía entre 7 y 8 años. “El peleaba con mi madre y venía a contarme, diciendo horrores de ella. Hizo todo para crear una enemistad entre ella y yo. Prácticamente yo ya no tenía a mi madre. Siempre me comporté como si ella no existiese, yo no la conocía, no pude apoyarme en ella. Mi padre quería quedar como “padre único”. Me pregunto si no ha sido esto lo que me hizo peor que las caricias” (A.Eiguer, 2005).

Las diferentes piezas de este rompecabezas, esta distribución de las funciones no son fortuitas, sino que están articuladas entre ellas. Refuerzan el abuso sexual. El hecho de que sea uno de los miembros de la familia el que lo dirige, no excluye que, desde el punto de vista grupal, el conjunto sea trágicamente coherente.  Pensar de esta manera no significa en absoluto atenuar el papel instigador y decisivo del abusador. En cambio, esto permite presuponer que a veces se puede hacer bascular el conjunto hacia una salida cambiando uno de los elementos, lo que sucede espontáneamente cuando la adolescente abusada se enamora de un joven: un tercero la ayuda a captar la gravedad de la situación y a encontrar, llegado el caso, un recurso en el exterior de la familia. Este joven se convierte en un nuevo testigo, un testigo activo.

Es así como los perversos dominadores tienen tendencia a funcionar en red; el síntoma sexual se inscribe en una lógica de “reagrupamiento, de organización de una multitud”. El abuso sexual se duplica con persuasión. Parece que el punto de vista del grupo se muestra más justo que el que está centrado en el individuo, que pone el acento sobre el hecho que la hija abusada o el esposo marginalizado pueden lograr goce de ello. El abusador no es menos monstruoso porque se apoye sobre una situación colectiva e inter-funcional.

De la misma forma en que ciertos perversos tienen una tendencia a reagruparse (grupos sadomasoquistas –SM-, neo-fetichistas, sectas satánicas) en los grupos perversos naturales, los papeles del agente, de la víctima y del testigo son inducidos por el conjunto de los miembros. Cada uno es contenido en el conjunto conteniendo al otro.

La idea del triunfo sobre la ley y la burla frente al padre está por lo tanto confirmada. “Siendo muchos, podemos reafirmar que tenemos razón.”

Ya sea que esté ubicado lejos o cerca, el testigo tiene una función significativa en su forma de observar al perverso. Este puede “pedirle” que funcione como un espejo que le devuelva su imagen,  a lo que éste no llega, porque le falta la integración de la capacidad de verse a sí mismo como otro (P.Ricoeur, 1990). En lo esencial, con el testigo mantiene una relación que remite a su vínculo con el padre, hecho de desafío, de provocación del padre y de cuestionamiento del fundamento del apego a la ley, que éste representa. Pretende ser el amo del padre (per-versión, juego de palabras en francés padre-versión: contra el padre, busca la inversión de las funciones).

El testigo vive a veces  las angustias de la humillación, ya sea del enamorado de la prostituta, del técnico/cónyuge de la mujer que se exhibe en la web. Es un personaje conocido en la literatura; el criado Mosca de Volpone podría ser un testigo (J.Romains, S.Zweig, 1923); es el asistente celoso de las maniobras fraudulentas de este último. Pero al estar al tanto de las maniobras de su amo, aprovecha a su vez para extorsionarlo.

Otro testigo sería Leporello, el criado de Don Juan (W.A.Mozart/Da Ponte, 1787), una especie de maestro de ceremonias que dirige al conjunto sin parecerlo y sin cometer infracciones: Leporello mantiene al día la lista de las mujeres seducidas, arregla los encuentros de su amo, lo protege de las agresiones. Si el perverso maltrata o aterroriza al testigo, este último, desde su lugar de observador, se brinda a sí mismo un goce secreto y alimenta su autosuficiencia. El perverso trata al testigo de “cobarde” si tiene escrúpulos. Finalmente, Mosca y Leporello salen airosos del asunto una vez que las supercherías son desenmascaradas y reencuentran su libertad confiscada.

A nivel de la transferencia, comprender la función del testigo es esencial (A.Eiguer, 2007). La noción de vínculo intersubjetivo nos permite pensar que la perversión engendra una escena en la que se trata que el analista ocupe una posición, justamente la de testigo, ¿por qué?

Mismo si esperaba hacer de su analista un cómplice, el perverso tendrá dificultades. Entonces ¿qué salida le queda? Desear ubicar al analista en el lugar de un testigo significa atribuirle el papel del que detenta la ley como para “mostrarle” que es ridículo privarse de las satisfacciones que esta ley prohíbe.

Las conductas perversas permitirían verificar las ventajas que aporta la transgresión. En sesión, éstas se traducen por “incitaciones” a violar las reglas del encuadre y muchas otras. Estas son como el producto y la puesta en práctica de las teorías; las consecuencias servirían de demostración, en general sobre el interés de desviar el camino correcto: la sexualidad perversa sería más picante y placentera.

 La pareja de Marylin y José

Una entrevista única. Recibo esta pareja de 40 años dos meses después del parto de su criatura. Actualmente están separados. José O. se fue en el momento preciso cuando la mujer iba a dar a luz después de un largo período de disputas violentas. Este día, la empujó y golpeó; por la tarde Marylin sintió contracciones y a la noche siguiente tuvo familia en el hospital. José O. había encontrado a otra mujer. A partir del momento en que se fue, no dio signos de vida hasta hace dos semanas, lo cual dejó a su compañera, como podéis imaginarlo, en un gran desconcierto. Marylin asumió sin embargo como pudo su maternidad (tiene dos chicas de una precedente pareja).

Le pregunto en este momento cómo va el niño. Todavía muy enojada contra su marido, la esposa me responde que está bien sin más, un poco retenida. Me digo que debe estar conmovida por estos acontecimientos.

Volviendo a retomar contacto últimamente, el cónyuge manifestó su deseo de reintegrar el hogar. Explicó que durante estos dos meses, se había quedado con su amiga yendo de vacaciones juntos. Marylin no le hizo reproches y se quedó en silencio delante de esta demanda hasta el momento cuando José le mostró sus fotos de vacaciones. Sobre algunas, su cónyuge aparece en posiciones sexuales provocantes con su amante. Reaccionó muy vivamente a esta demostración; le trató de perverso. Recuerda en la entrevista en qué clima « alucinante » pasó su embarazo, las ausencias del cónyuge, ansioso, protestón; sus argumentos, que eran insensatos. Supo sobre la existencia de esta mujer en la vida de su compañero sólo muy tarde.

Marylin reconoce jamás haberlo visto tan sobresaltado y malintencionado: ¿Por qué detestarla tanto? José trata de justificarse diciendo que fue aterrorizado con la idea de ser padre; él es un hijo adoptado. Durante años, quiso comprender si el malestar que sentía « en el fondo de su alma » se originaba allí e hizo unos años de terapia para esto, pero es sólo ahora que le resultó claro que antes de ser adoptado, había sido abandonado. Es una cosa evidente para todo hijo adoptado, dice, pero para él fue toda una revelación. Concluye que su miedo de ser padre está vinculado con lo que pasó: quiso abandonar a su hijo para reproducir su abandono.

Su caso presentaría pues una reproducción de su situacion; pero también abandonó a su compañera, observo. José banaliza la manera en la que las cosas pasaron: salida de vacaciones, ausencia de toda consideración acerca de la situación desesperada en su compañera, indiferencia hacia el parto, el estado de su hijito y finalmente exhibición sexual. ¿Cuál es el mensaje, si hay uno?, me pregunto.

En última instancia, es el contexto transferencial que conviene interrogar: José imagina que yo quedaría impresionado por su « descubrimiento », que concierne su propio abandono y cree que él encontraría un aliado en mí en la medida en que dice aportar una comprensión psicoanalítica a su comportamiento.

Me parece más bien que su toma de conciencia es totalmente relativa. Su lógica parece coherente pero pretende convencer más que profundizar su análisis. Me llama la atención la ausencia de afecto, de nostalgia, de pesar, de empatía hacia su niño y su compañera. Se muestra más bien inconsciente de las consecuencias en cuanto a sus pasajes al acto, más bien pueril, y francamente fuera de la realidad, como si fuera un chiquillo que le muestra fotos a su madre de regreso de una estancia en colonia.

Concluiré a una forma de manipulación. Encuentro en este hombre una ausencia de sentido moral propia del funcionamiento perverso y una incapacidad a representarse lo que se espera de un padre.

Al mismo tiempo, me pregunto qué funcionamiento de pareja se instauró, y si la mujer no estimuló la ausencia de sentimiento de responsabilidad en el hombre. ¿No estaría ella dispuesta a olvidar todo a pesar de haber sido maltratada por él y con tal de conservar una posición superior en el vínculo, el de una madre que se las arregla perfectamente sola, es decir sin compañero ni padre para su hijo? Es como si prefiriese que su marido se quedara fuera de la relación entre ella y su recién nacido. Aunque muy justificada, su crítica corre peligro de no tener consecuencias en lo que concierne al funcionamiento del vínculo.

Vería allí una forma de alianza entre estos cónyuges. Como si la mujer dijera: « Eres un irresponsable sin corazón, pero sobre todo no vengas a molestarnos. » Y el hombre: « Veo en este niño al hijo abandonado que fui, pero quiero conservar mi posición infantil. ¡Qué no se venga a pedirme asumir la función de padre. » El nacimiento de su hijo provoca la angustia de la pérdida de las posiciones fijas, como si otro niño que él (José) viniese a usurpar su sitio de hijo. Es lo que pudo, en mi parecer, poner en marcha la crisis.

Lo que es desmentido (los golpes, la inminencia del parto, las heridas provocadas, la dificultad en asumir su paternidad en José) recubre otras desmentidas y complicidades. Es la guerra que ocupa todo el panorama, por cierto, pero la paz es buscada en el repliegue de Marylin con el consuelo narcisista de saber que sale de un mal paso sin hombre, y en la huida de José hacia otra relación.

 La pareja de León y Nina Gauthier

Los cónyuges Gauthier vinieron a verme porque reñían sin cesar. El hombre le imputaba a la mujer la intención de contradecirle siempre y de discutir sus puntos de vista particularmente en el momento de las tomas de decisiones, hasta en detalles ínfimos. El desacuerdo se instaló progresivamente; para el hombre, esto era « grave ». Cuando se unieron, alrededor de la cincuentena, Nina era afable y de una disponibilidad sin fallas hacia él. Se encontraron en el marco de su trabajo. León era el presidente de una empresa importante; Nina, su asistenta. Ella sabía velar sobre todo y protegerlo de las dificultades. Pensaba que una mujer así estaría en condiciones de comprenderlo y que esta unión iba para él ser mucho más interesante que la de su matrimonio precedente. Estaba orgulloso de haberla conquistado, bella, despierta y abierta. Para Nina, no fue fácil cambiar su estatuto de asistenta para el de compañera, dice durante una de las primeras sesiones, pero tenía una « confianza absoluta » en él.

Todo esto se pulverizó con el tiempo; ambos comparten este sentimiento. Me explican que un momento después de su matrimonio, León le propuso ir a un “club privé”, un club libertino de sexualidad colectiva (inter-cambismo, pluralismo). Nina aceptó por curiosidad, para seguirlo, pero estaba reticente en el fondo. Al principio de esta nueva experiencia, que duró más de cuatro años, esto reforzó su complicidad, afirman. Nada complicado; se divertían juntos; era “ligero, despreocupado ».

Los hombres del club cortejaban a la mujer con ardor. Nina se sentía orgullosa de gustar, de tener « tanto éxito ». Esto le habría parecido inimaginable cuando era más joven, agrega. Pero León comenzó a volverse suspicaz; imaginaba que le surgía admiración por tal o cual miembro del club; la acosaba de preguntas. Las reglas de juego no fueron respetadas más. Nina trataba de tranquilizarlo. “Nada que hacer.” León se volvió muy celoso, luego se puso a beber. Fuera de sí, no tenía más en cuenta lo que ella le explicaba. A León, su esposa le pareció en lo sucesivo ingobernable. Decidieron no volver más al club en cuestión.

Por un tiempo, la vida de la pareja volvió a ser tranquila. Nina recuerda, en una de las sesiones, que fue por iniciativa de León que comenzaron a frecuentar el club de pluralistas. El replica que quería hacerle conocer « la verdadera vida, intensa, sin pesadeces ». La veía como una chica inexperta; iban ambos a sacar provecho de eso.

En realidad, otra razón se dibuja, pero esto mucho más tarde en el curso de la terapia de pareja, de ritmo bimensual. El marido se consideraba privilegiado de « poseer » una muchacha muy bella y sexy. Hacía falta que otros la « vieran », qué lo sepan. Este club no le era desconocido; León lo había frecuentado antes de su encuentro con Nina. Esta vez, añadió, no quería cortar con este pasado; también tenía ganas de encontrar allí a otras mujeres, reconoce, a medias palabras.

Pero una nueva explicación saldrá a luz, no sin dificultad. Deseaba que su nueva mujer estuviera en contacto con otros hombres para “domarla”, para que pierda un poco de su orgullo. El efecto producido fue muy diferente del que buscaba. Nina llegó a irradiar ante los otros.

Pienso por mi parte que había un desafío verdadero entre ambos compañeros. El hombre debía reprobarle a su esposa su encanto, su capacidad de gustar, como si una fantasía de prostitución animase su espíritu. A pesar de sus argumentos que ella fue al club a regañadientes, realizó allí su deseo de fascinar y excitar a los hombres oponiéndolos unos contra otros, a su marido en primer lugar.

Es la transferencia la que me permitió entender estos movimientos, con la reproducción de una situación semejante en sesión. León se mostraba cada vez más hostil hacia mí, “criticando » sobre detalles. Parecía celoso de ella, la cual se oponía sin moderación a sus argumentos, expresando, al mismo tiempo, su admiración ante la « sagacidad » de mis interpretaciones, que evitaban sin embargo favorecer uno u otra. A veces, tuve la impresión que mis interpretaciones eran escuchadas sólo desde el punto de vista formal.

Mientras que Nina se vestía con esmero e irradiaba salud, León aparecía cada vez más deteriorado. Su alcoholismo se reveló tenaz. En una sesión, León se vino con dos calcetines de distinto color y sus zapatos estaban cubiertos de polvo. Me dije: “¿Cómo ella lo deja salir tan desalineado?” Ese día, Nina estaba vestida con un trajecillo estrecho que dejaba sobresalir sus “redondeces”. Me dije: “El atuendo de Nina me hace pensar a cuando uno se sirve una cerveza y que la espuma desborda del borde de la copa. Por suerte, no me gusta la cerveza.”

A mi gran sorpresa, en las semanas siguientes, la mujer mostró preocupación verdadera por el estado de León y manifestó ternura hacia él. Se reveló un poco más maternal que habitualmente y menos excitante; la sensualidad perdió preponderancia en su vínculo, aunque de hecho no les había servido jamás para crear un afecto estable, lo que parecían sin embargo necesitar mucho. Se habían mostrado muy carenciados y estaban desorientados sin saber cómo solicitar el apoyo y la afección del otro.

En el final de la terapia, el clima se distendió entre nosotros tres. Nina comprendió un poco más que su marido tenía avidez de reconocimiento y que ella desplazaba sobre él sus antiguos rencores contra los hombres irritándolos por su actitud protestadora.

La base del vínculo es narcisista-omnipotente. Un pacto se establece al comienzo de la relación, el que se basa en el prestigio del jefe. Ambos tienden a sacar provecho de ello. La esposa tiende a hacer creer que da apoyo y apego porque lo admira, con lo cual desmiente su envidia hacia la posición jerárquica, como el esposo envidia la atracción erótica que ella ejerce sobre él, y que aquello que los une es, lo que funda el vínculo, es lo sensual. La participación al club de intercambio es tal vez una tentativa paralela de denigrar al otro en aquello mismo que fue una fuente de goce.

Hallazgos acerca de la perversión en la pareja

Este ejemplo nos introduce en la problemática de la perversión sexual en la pareja.

En innumerables parejas, la sexualidad es fuente de dificultades. El término de desencuentro sexual ha sido propuesto para señalar la implicancia de los dos miembros y su inter-funcionamiento, lo que conduce al trastorno, aunque desde el punto de vista clínico sea uno solo de ellos el que lo presenta. M. Hurni y G. Stoll (1996) subrayan que, en gran cantidad de estos casos, las dificultades se acompañan de comportamientos perversos. No están tentados por la perversión sexual como se puede observar en parejas sado-masoquistas, etc. Para Hurni y Stoll se trata de una perversión del vínculo donde está perturbada la sexualidad: inhibiciones, eyaculación precoz, impotencia, anorgasmia, etc. Esto abre perspectivas que confirman la intuición siguiente: la perversión sexual, si es llevada a cabo en condiciones de consenso, puede evitar los deslizamientos hacia excesos tales como el ultraje del otro.

En algunos casos de desavenencia sexual, la relación está marcada por la humillación del otro o su sometimiento. Los eyaculadores precoces o las mujeres anorgásmicas son rebajadas a causa de su dificultad. Les parece difícil hacer desaparecer la dificultad, y ello viene como para confirmar su status de humillación, aunque digan lo contrario.

Al tratarse indignamente, ciertos cónyuges reaccionan frente a la ruptura de los pactos establecidos entre ellos: uno de los cuales prescribe la regla de discreción, el deseo de que la intimidad sea respetada; abstenerse de comentar a extraños los secretos compartidos. La intimidad inspira y es inspirada por la confianza que uno tiene en el otro y el sentimiento de que él sabe escuchar si se le hace partícipe de las dificultades personales o de los elementos desagradables de su historia.

El pudor entre ambos implica sentirse seguro de que no se es demasiado extravagante o demasiado inmaduro; dicho de otra manera, esto permite que la autoestima se vuelva más sólida. En otro sentido, es tener menos vergüenza de sí mismo, de lo que se experimenta, piensa, hace o de lo que se ha vivido.

Ahora bien, el envilecimiento de esta intimidad de a dos desencadena una serie de decepciones: en el fondo el compañero que revela los secretos compartidos exhibe las fallas del otro y parece burlarse de ellas.

Desde hace mucho tiempo se ha señalado que la traición es un arte exquisito practicado por ciertos perversos: “soltar la lengua”, “cantar”; “entregar al amigo” aparece regularmente en el comportamiento de delincuentes. El perverso otorga un estatuto superior a la traición; esto forma parte de su religión del mal.

La indiscreción: pareja French 

En la terapia de la pareja French, este problema se manifiesta regularmente. Ellos vienen luego del descubrimiento por la esposa de una serie de notas en la agenda de su marido que dejan entender que él frecuenta a otra mujer, cosa que él niega enfáticamente. Diez años atrás, él sufrió un grave accidente, a raíz del cual estuvo en coma durante largos meses. Cuando despertó, se lo consideró como algo milagroso, y luego quedó frágil, ansioso, colérico y parcialmente amnésico. Aún hoy, Don French tiene que anotar todo, en sus actividades profesionales. Además desarrolló una psicosis maníaco-depresiva. Su esposa lo sostuvo y “soportó” mucho. Es por esto por lo que en este momento se siente tan engañada al sospechar su infidelidad.

Una vez comenzada la terapia, ella repite que él es frágil y que se comporta como un ser brutal, todo esto “confirmado por los médicos”; el esposo presenta secuelas de carácter por su accidente cerebral. Aunque ella agrega que hay que “saber perdonarlo”, lo humilla. También se deja llevar por los comentarios de sus dos hijas: “es malo”, “intratable”, hipersensible a todos los abusos, como el alcohol. A veces ella es insinuante, lo que es una forma más penetrante de crear un efecto.

Aunque estos señalamientos sean justos, intervienen en el intercambio como para confirmar el estatuto de inválido del esposo; él se presenta como “un perro apaleado”, luego reacciona torpemente, se enoja, y termina por ofrecer la prueba viviente de su debilitamiento. Todos sus argumentos son desarmados.

En realidad en el debate se juega el poder sobre las dos hijas. Cada uno solicita el amor de éstas para mostrarse fuerte frente al otro. Así por un acuerdo inconsciente de los esposos, ellas son designadas como jueces y entonces son convertidas en padres de los padres.

Imagino que frente a las hijas éstos se dejan llevar por la seducción. El principio de autoridad cede terreno al de la uniformidad de las funciones familiares. El primer elemento que mostraron en el momento de la demanda de terapia de pareja lo prefigura: “la infidelidad del marido”. En realidad fue la figuración de la rivalidad sexual de la pareja frente a otra mujer (mujeres), sus hijas.

En la terapia, logré de-construir lentamente estas posiciones perversas, mostrando poco a poco que cada uno tiende a utilizar a un tercero para afirmar su supremacía.

La moral de la perversión

Los diferentes rasgos de las parejas en relación perversa (Hurni y Stoll, 1996) contienen algo de chocante que nos asombra y nos produce el sentimiento de encontrarnos frente a una moral invertida, en la que el mal se convirtió en un credo. Ambos miembros se respetan porque el otro se muestra “no respetable”. Determinado número de estos rasgos han sido descubiertos durante las terapias de pareja. He aquí algunos:

  • Disonancias en la vestimenta en cada uno de los miembros de la pareja. La pareja Gauthier es un ejemplo de esto.
  • Odio hacia las estructuras, tanto las organizaciones, como el matrimonio o las instituciones en las que trabajan.
  • Representación de “pareja grandiosa”.
  • Gusto por el riesgo, la ordalía, el vivir peligrosamente.
  • Anestesia corporal y afectiva.
  • Frialdad.
  • Problemas de comunicación en diferentes niveles. La voz, la entonación, la pronunciación: disonancias fonéticas.
  • Lenguaje perverso:  desmentida o silencio, denigración de los valores o de la belleza, designación del otro como inmoral, canalización de los propios defectos; incumplimiento de las promesas, realización de maniobras fraudulentas.
  • Ataques y ausencia de reacción.
  • Estratagemas y manipulaciones.
  • Tensión intersubjetiva perversa.
  • Elección de objeto: anti-pareja (en el sentido de una elección disonante, no de apoyo).

La sexualidad perversa en la pareja y fuera de ella

Tuve ocasión de mencionar las diferentes posibilidades de la sexualidad perversa en la pareja (A. Eiguer, 1989, 1998). Uno o los dos cónyuges mantiene (n) una sexualidad perversa fuera de la relación, ocultándola, o la practican conjuntamente. En todos los casos, la vida de la pareja parece ser árida, sin intensidad, sin pasión. Los vínculos narcisistas, que crean habitualmente sentimiento de proximidad y encantamiento recíproco, los que se expanden en proyectos futuros compartidos o en la impresión de unidad y orgullo, no están aquí muy desarrollados. La sexualidad perversa da sabor a una relación morosa o a un psiquismo en riesgo de derrumbe. Si la perversión se hace de a dos, no es raro que uno sea el instigador y que conduzca al cónyuge a practicarla con otras parejas, si la tendencia es querer llevarla al exterior.

Existen diferentes grados de compromiso, de implicancia y gravedad en cada miembro de la misma pareja. Pero si uno de ambos consiente al juego perverso o si se mantiene excluido e ignora las prácticas perversas del otro en el exterior, está comprometido psíquicamente y puede así realizar vicariamente sus propios deseos sexuales transgresores.

Las dos dimensiones, la ruina psíquica, emocional o imaginaria, y el odio, se encuentran con regularidad: odio del otro, al que se puede desear envilecer y corromper. En las parejas SM, la noción de culpa es significativa; hacer experimentar el castigo por el dolor físico y el miedo. Esto puede ir lejos en las formas extremas, como el bondage (acto de atar, impedir el movimiento usando cuerdas, cadenas, esposas), la tortura, o los juegos con la muerte, el estrangulamiento, la cogulla (encierro de la cabeza con una bolsa de plástico).

Por cierto, los aspectos lúdicos no están excluidos, y permiten airear y atenuar la violencia. En las fiestas neo-fetichistas aparece el gusto por las vestimentas extravagantes. Pero en las sectas satánicas o de bebedores de sangre, los ritos crueles pueden terminar en la muerte. Es sabido que todas las sectas, ya sea que practiquen o no en su interior ritos sexuales, tratan de incorporar parejas; es más seguro para afincar un adepto. O ayudan a los solteros a encontrar su pareja entre los otros adeptos.

 Conclusiones

Termino mi exposición con las condiciones de la vida moderna y sus consecuencias sobre los vínculos de familia, cuando éstas los pervierten.

La clínica nos orienta sobre una de las causas mayores de la desavenencia de las parejas: la guerra de los géneros. La perversión toma también como terreno privilegiado el vínculo filial; la guerra de los géneros es su caldo de cultivo: Imponerse al otro género por su superioridad sirviéndose del hijo, de sus propias cualidades. Además, al estar la intersubjetividad determinada por la necesidad de construir el vínculo, cada miembro teme que el otro no lo reconozca en su singularidad. Entre otras derivaciones, esto conduce a querer dominarlo.

En la medida en que la libertad asusta, el temor a los progresos humanos hace temer la pérdida del control de la situación. Son siempre las mismas fragilidades las que potencian las rupturas y las tentativas perversas de apropiarse de los comandos de la relación. La seducción narcisista y la inducción de conductas son medios que parecen útiles para ganar la batalla, pero qué botín irrisorio! Un aura, una notoriedad arrancadas al precio de transformar la vida del hogar en una prisión mortalmente aburrida.

Bibliografía

Eiguer, A. (1989) Le pervers-narcissique et son complice, Paris, Dunod

Eiguer, A. (1997) Petit traité des perversions morales, Paris, Bayard

Eiguer, A. (2001) Des perversions sexuelles aux perversions morales, Paris : Odile Jacob

Eiguer, A. (2005)  Nouveaux portraits du pervers moral, Paris, Dunod

Eiguer et al. (2007)  La perversion dans l´art et la littérature, Paris, en prensa

Fromm, E. (1938) The Fear of Freedom (El miedo a la libertad), Londres, Routlege & Kegan Paul, 1963, 257 p.

Hurni, M. y Stoll S. (1996) La haine de l´amour, Paris, L´Harmattan

Mozart W.A. & Da Ponte L. (1787) Don Giovanni, Editions de l´Opéra de Paris

Ricoeur, P. (1990) Soi-même comme un autre, Paris, Le Seuil

Romains, J., Zweig, S. (1923) Volpone, d’après Benjohnson, Paris, Gallimard, 1950