Alberto Eiguer[1]
Hablar de los avatares del cuerpo psíquico en la familia parece incongruente; el cuerpo es, por excelencia, una entidad individual. Pero ello es también suponer que somos uno e indivisibles y que tenemos un sentimiento de identidad eternamente unitario. Nada es menos seguro. Nos representamos nuestro cuerpo como que forma parte de lo que somos, pero nos lo representamos en diálogo con las otras partes de nosotros mismos. La unidad de la identidad y la fijación del cuerpo al conjunto representan una visión de adulto y, de una determinada manera, una fantasía, en el deseo y el proyecto de tener todas nuestras partes conectadas entre sí. En cuanto se examina el lugar del cuerpo psíquico teniendo en cuenta del resto de la identidad, surge una angustia: ¿está vinculado firmemente con el conjunto? Tememos también que nos decepcione y que nos traicione. A veces, nos parece sencillamente extraño o inhabitado.
¿Por qué? Porque la identidad es compuesta y el fruto de un reconocimiento que se enriquece de la mirada que nosotros nos dirigimos como si fuésemos otro. En este caso, se define uno que observa y otro que es observado. Poder reconocernos como otro supone que nuestra mirada puede incluso ser la de un extraño. Es un acto de madurez que implica, al mismo tiempo, que estemos preparados para considerarnos como imperfectos, vulnerables y cambiantes. El otro nos precede; dependemos de él.
El cuerpo psíquico contiene a otros, es decir, a las representaciones de aquellas personas con quienes el sujeto se vinculó, que sostuvieron, acariciaron, mimaron, a veces maltrataron su cuerpo, y por lo cual el sujeto vibró o sufrió. No hay, en mi opinión, cuerpo aislado; está siempre en relación intersubjetiva, fuese antigua y transformada en una red de huellas psíquicas. En realidad estas huellas se ponen en movimiento en presencia del otro, y de manera imprevista e inédita en ese momento.
Evidentemente, queda por precisar el estatuto de esta relación de mi cuerpo con terceros. ¿Es o no suficiente, completa? En el estatuto de esta relación, ¿qué lugar ocupa lo que el otro fantasea, desea con respecto a mí y a mi cuerpo, y lo que en él deposita? En este conjunto, el concepto más acabado es lo que representamos para el otro. “¿Me admitió como sujeto? » “¿Me definió como diferente?” “¿En qué y cómo me reconoció como sujeto de un parentesco?“ “¿Como sujeto de investidura, de un deseo? » El vínculo entre protagonistas aparece en este caso cruzado por lo que está permitido y lo que está prohibido.
El reconocimiento que tengo de mí mismo me es solidario aunque puede chocar mi autoestima al necesitar del reconocimiento del otro. Yo mismo tengo que reconocer a éste en sus particularidades y en sus emociones. Así su cuerpo y el mío están atravesados por todas estas dimensiones intersubjetivas. El cuerpo es la parte más delicada, la más vulnerable, así como la más deseada por el otro. Paradógicamente, el sujeto la vive como la más impersonal, por ser misteriosa e ingobernable.
Una distinción suele hacerse entre cuerpo libidinal, en el que se manifiestan las sensaciones eróticas y especialmente en las zonas eróticas boca, ano, uretral-genital, y el cuerpo somático, el que desarrolla las actividades de auto-conservación, alimentación, excreción, etc. Lo somático es rico en sensaciones propioceptivas; en cambio, lo erótico lo es en sensualidad y en sensaciones de los sentidos como el gusto, el olfato, la vista, la audición, el equilibro. El sujeto da al soma por implícito; no suele verlo ni oírlo, salvo si anda mal y está enfermo. Cuando le teme, le causa angustias abismales intensas, que son difícilmente verbalizadas aunque el cuerpo somático tiene su propio lenguaje. Si se trata de erotismo, tal vez sean menos inquietantes.
Las “cuatro R” de los vínculos intersubjetivos
Abordaremos aquí el tema de la caricia, esa expresión de la ternura física es eminentemente táctil y nutrida de sensaciones. El sentido dominante es el tacto. Con ella se desarrolla en paralelo una ternura verbal que puede ser concordante o discordante con la ternura física. Quien recibe el mensaje tiene dificultad para descifrarlo. Si bien soy sensible al hecho que para dar ternura hay que apreciar al otro y que su manifestación se acompaña de gestos, palabras y expresiones afectuosos, en este trabajo no voy a estudiar todos los aspectos de la ternura verbal.
Antes de exponer, deseo presentar algunos puntos esenciales de los vínculos entre sujetos. El reconocimiento depende del respeto recíproco entre los protagonistas de todo vínculo. Se vive responsable uno para con el otro. El vínculo entre dos sujetos se cruza en consecuencia por lo que se puede designar como « las cuatro R »:
- El respeto, lo que supone que no se juzgan,
- El reconocimiento de la diferencia del otro,
- La responsabilidad por el destino del otro, su vida interior, sus sufrimientos; cada uno se siente implicado por lo que le ocurre al otro,
- La reciprocidad de las investiduras en una intersubjetividad creativa.
La reciprocidad en las investiduras tiene una función organizadora inconsciente. En todos los casos los psiquismos de los protagonistas se influencian y constituyen gradualmente una nueva realidad psíquica, un tercero, que no es ni uno ni otro de ellos, pero está representado en todos.
En cuanto la vinculación se establece, cada objeto interno es introyectado con sus vínculos con los otros y forma un grupo interno; el objeto opera en adelante dentro del psiquismo y sigue poniéndose disponible para vincularse con otros. Cada interlocutor despierta aspectos del mundo interior que permanecen habitualmente “mudos”. Es lo que explica que no seamos nunca similares a los demás, miembro de la familia o amigo. Adoptamos un diferente estilo de narración al contacto de cada uno de ellos. Esta situación hace que cada vínculo sea singular, único.
No se destacó bastante que el vínculo nunca es de dos, sino que la pluralidad se desarrolla en cuanto se pasa del uno al dos. Lo subraya Bion en « Ataque contra los vínculos » (1959). El vínculo no es únicamente la producción de los dos protagonistas que están en primer plano, sino que un tercero está presente activamente, el que observa a los dos sujetos, los solicita, los controla, los protege o puede atacarlos. Para Bion, el tercer sujeto está bien presente en la realidad de la situación y, si no está físicamente allí, tiene una presencia virtual en el espíritu de los protagonistas del vínculo y pesa sobre ellos. El tercer sujeto del vínculo sería una persona o un grupo, una institución o incluso una idea. Recuerda al tercero paterno, a la metáfora paterna. Podemos pensar que para Pichon-Rivière (1978) el tercero comienza siempre por ser perturbador y crítico, como si los protagonistas viviesen su intimidad como algo incestuoso. Para reaccionar respecto a este tercero, el vínculo se estrecha, cada protagonista del vínculo intenta ubicarse, modificar aspectos de la relación con el otro, protegerlo, hasta ocultarlo si es necesario.
Así el tercero pasa a ser como una instancia reguladora que favorece la aproximación de los protagonistas y lo autoriza o al contrario deviene un obstáculo, implicándolos en un desacuerdo rencoroso o en la separación. « Benévolo » o « malévolo » respecto de los dos miembros del vínculo (E. Pichon-Rivière, op. cit.), el tercero funciona como continente de la relación. Es igualmente el representante de la grupalidad. Y de esta forma garantiza que el vínculo tenga un sentido simbólico.
Esta manera de incluir la terceridad es cercana y complementaria de la manera en que Thomas Ogden (1994) y Jesica Benjamin (2004) lo entienden cuando hablan del tercero analítico, ponen el acento sobre la vivencia subjetiva de los protagonistas, quienes se representan el vínculo como a un tercero.
Tener en cuenta la terceridad significa admitir el papel activo del ámbito del paciente, su familia, sus amigos, sus patrones, y del lado del analista, la relación con sus colegas, el grupo al cual pertenece, su familia. Si un analista está en conflicto con su sociedad analítica o si está divorciándose, ¿cómo eso infiltra su trabajo?
La ternura física configura un lenguaje
En el contexto de los vínculos familiares, la caricia aparece, por una parte, como el modo de relación más deseado y apreciado, y, por otra parte, como el menos ambivalente. Se la considera como cercana del don de afecto, y que traduce el estado de ánimo favorable hacia el que la recibe. Es suave, tibia o caliente, tonificante, gratificante; estimula sensaciones de placer, conduciendo a comunicar bienestar a toda la persona; a veces induce a embriaguez, éxtasis o somnolencia. Pero hay caricias ásperas y rugosas, si no se siente la piel del otro como suficientemente lisa, o demasiado pesadas si la mano del otro ejerce una presión excesiva. A veces traducen un afecto vigoroso e incluso apasionado. Hay caricias « húmedas », que pueden agradar o du molestar según los gustos. Invitan a devolver ternura u otras expresiones afectuosas. La caricia recíproca es una donación y, en cada caso, un acto de exploración de la anatomía del otro, de reconocimiento por el placer que causa. A veces, incita a una pacífica receptividad. Algunas caricias terminan en la violencia de los pellizcos o los golpes, o tornan en un erotismo que no estaba previsto « en el programa ».
Entre las personas en simbiosis, las sensaciones táctiles pueden interferirse y confundirse, lo cual conduce a no saber quién la da ni quien la recibe. Pero hay situaciones donde las caricias están ausentes, lo que produce carencias por cierto deletéreas. Lo veremos en el caso clínico.
Cada uno tiene su geografía dérmica en cuanto a la caricia deseada, con sus zonas privilegiadas, preferidas y prohibidas. Por lo tanto, la caricia que sorprende es muy apreciada.
En realidad, el que acaricia no produce la sensación tierna, como eso parece a primera vista; es quien es acariciado el que la crea; aunque ambos lo ignoren. El placer es diferente en cada uno y de intensidad distinta. El que es activo es también pasivo y recíprocamente. No hay vínculo simétrico entre ellos; a decir verdad, el que domina la asimetría no es quien lo cree.
La caricia se prolonga eventualmente por el masaje, que estimula otras sensaciones (propioceptivas), como palpar, cosquillear; ello puede convertirse en un juego a dos. Se toma, a veces, el pretexto del juego para acariciarse, como se puede jugar a acariciarse o desarrollar directamente juegos que acarician. Una pelea puede servir para manifestarla, aunque adopte la forma del pugilato.
La fuerza de sustentación (holding) y el manejo del cuerpo del otro (handling), el balanceo, el acurrucarse, la presión, no son solamente un privilegio del vínculo madre/lactante y el vehículo del apego primario (J. Bowlby, 1969-73). Por el contacto piel con piel, el espíritu se afirma, como la columna vertebral del niño aumenta su tono muscular y se endereza cuando éste se siente en seguridad en los brazos de uno de sus allegados. A partir de ese momento, el lactante lo mira directamente a los ojos, sonríe, tiene deseo de comunicar (G. Haag, 1993). El narcisismo del niño reconoce la llamada que le es dirigida y se alimenta de ella. La mecha del autoerotismo se enciende. Si el narcisismo es invitación de una danza que viene del otro para jugar a lo similar, el autoerotismo es un juego con el que el sujeto se excita.
La investigación de la geografía dérmica, luego de « la unificación » del yo-piel (D. Anzieu, 1985), son obra de la caricia, así como el balizaje de los orificios y las zonas eróticas donde la caricia ya tiene otro objetivo.
- Freud (1905, 1912) distingue la corriente tierna de la corriente sensual de la sexualidad; la más primitiva es la corriente tierna, por eso ayuda a la auto-conservación. Sin embargo, Freud remarca que la corriente tierna tiene su origen en la corriente sensual pero está coartada, inhibida. En todo caso, la ternura materna « despierta el impulso sexual y determina su intensidad futura » (1905). Bien que la caricia forme parte de los preliminares del amor sexual, lo acompaña y continúa, es en todos los casos animada por una pulsión inhibida en cuanto a la descarga, es decir, sin llegar a la realización de sus objetivos sexuales. Se inscribe en el mismo registro que la sublimación y el juego.
Al ser específica de la corriente tierna de la sexualidad, la caricia es libre y se expresa en situaciones muy diversas, aunque a veces choca con ciertos límites, aquellos que impone la intimidad del otro. Se revela, a este respecto, tan codificada como las expresiones táctiles de la corriente sensual. Pero la sexualidad se destila aquí en pequeñas dosis, continuamente, sin sacudidas.
Autoestima
Se observa también que la ternura tiene comúnmente una potencialidad anti-trauma. Gracias a ella, el sujeto se siente reconfortado y reconocido por el otro; el amor que el otro le prodiga es una señal del valor que otorga al vínculo y del aprecio que le tiene (Eiguer, 1999). Recordemos a este respecto el sentido de las palabras “ser apreciado” y “ser considerado”, que expresan tanto amor como valorización narcisista. Así la ternura aparece como una buena vía para comunicar afecto y respeto. Es importante que admitamos que no basta con recibir palabras de amor, es necesario también que el amor se refleje en actos y gestos físicos.
Para poder pasar a un nivel de funcionamiento más complejo como el pensamiento, tenemos que retirarnos de la influencia del objeto y sus tensiones sensuales. Pero para tener confianza en las capacidades de creatividad de nuestra psiquis, el reaseguro que da la caricia es esencial. Hoy se sabe que la caricia juega un papel significativo en el desarrollo cognitivo del niño.
Vínculos de parentesco
Cada familia tiene sus códigos en relación con la caricia, y responde al mismo tiempo a los universales que la canalizan; éstos colocan hitos. Se puede también decir que cada vínculo dispone de formas de ternura y establece códigos propios: vínculos filial, fraterno, de pareja y con el antepasado. No se acaricia a su cónyuge de la misma manera y sobre las mismas superficies corporales que a su retoño. La prohibición sexual es tan importante como la autoridad para el apoyo narcisista. La caricia puede situarse del lado del dominio como de la excitación. Pero eso no es un juego de balanza, donde sería uno u otro, uno más que el otro. La sexualidad vincula, crea fuertes lazos, pero pueden a veces deslizarse hacia el control y el sometimiento.
La ternura es un principio materno y femenino por excelencia, bien que tenga un lugar importante en el amor sexual, o por eso mismo. Es frecuente que no se exprese suficientemente en el acto de amor y que se reclame con vehemencia, en particular por la mujer. El hombre puede negarse a acariciar porque lo juzga superfluo o demasiado feminizante para él. Muchos cónyuges fallan en la integración de lo maternal en su unión. Eso genera acusaciones de falta de comprensión o de ardor sexual, y una multitud de desavenencias de pareja. Se puede hablar de retorno del fracaso de la integración de la bisexualidad en los juegos del amor. Es debido en gran medida a la eterna confusión entre lo materno y lo femenino. A menudo se ha hablado de la confusión de sentimientos, mucho menos de la « confusión » de ternuras. Es una parte esencial del amor sexual, ayuda a hacer el duelo de la madre en la mujer como en el hombre, aunque por cierto no puede sustituirse a la corriente sensual, que es intensa, ágil, agitada, vigorosa. Tampoco esta última puede substituirse a la corriente tierna.
Hablemos del niño que pide a su madre: « Hazme una caricia antes de dormir. » Para él, ello es:
- Una condición para dejarse ir a la pérdida de conciencia consustancial del sueño y abordar la noche y sus peligros, incluidos el sueño y la soledad.
- El buen recurso contra el sentimiento de pérdida. Los efectos de la ternura persisten más allá del adormecimiento.
- Un recuerdo de este amor que da substancia a la afiliación y la pertenencia a la familia.
En los chicos, cada edad concede otro lugar a la caricia; al crecer, inventan y se atreven ir más lejos acechando la reacción de los padres.
Designar una función
Entre hermanos, la ternura tiene también sus códigos y referentes. Me parece pues esencial reflexionar al refuerzo de los vínculos al cual contribuye. La ternura física es uno de los parámetros que definen y recuerdan, cada vez que se producen, la naturaleza distinta de cada vínculo, como lo hace, a su nivel, el lenguaje, el dar un nombre y apellido y el uso de los nombres. « Este es mi hijo »; « Eres tú el padre », alude al ámbito específico de cada vínculo, sus competencias y sus restricciones. Hago directamente alusión al nombramiento, que produce un efecto sobre aquel que nombra y al mismo tiempo sobre el que es nombrado (J. Lacan, 1961-2).
Si las leyes que regulan la ternura física en familia se infringen, se pasa al registro del abuso, la violación. Pero la delimitación entre ternura y actividad sexual no es tan neta. Hay una zona fronteriza antes de la zona prohibida; el rechazo puede conducir a crear fronteras ficticias. Un individuo muy moralizador crea a veces más excitación que si se atreve a dejarse « ir –según lo que él considera como‑ demasiado lejos ».
Otra pregunta. La ternura física ¿puede remplazarse por ternura verbal y otras atenciones? Intuitivamente diría que es difícil, aunque espero que otros estudios podrán responderme.
Contribución de la ternura a la definición del género
En la familia, el padre y la madre no expresan ternura a sus hijos de manera semejante, sino que está sobre-determinada por su manera de ser y por su género. El hombre y la mujer sostienen generalmente a la criatura de manera diferente, juegan con ella de manera diferente. El primero le brinda mucho placer al lanzarla al aire y atraparla, por ejemplo. La madre la balancea delicadamente. Uno le hace reír, generalmente el padre; el otro (la otra), sonreír. El padre es con frecuencia estimulante; la madre tiende a expresarse en términos de afecto. Un padre puede brindar seguridad al chico frente al mundo circundante, como para que tenga menos temor de él; la madre, en cuanto al mundo interior y a sus misterios. Claro, esto no es para nada esquemático, pues hay todo tipo de alternativas. Quiero decir, simplemente, que con la ternura se dice algo que concierne el género al que se pertenece. “Es así como acaricia un hombre o una mujer, es de esta manera como cada uno funciona.”
También se dice algo acerca del género del chico. Por la manera de cómo se realiza, la caricia lo identifica, lo define como varón o mujer. Pienso que es importante para que el chico se sienta pertenecer a su género. Este se identifica con la manera en que su padre y madre lo sienten, es decir con la representación que cada uno tiene de lo que es ser varón o mujer, con la manera en que cada uno desea verlo desempeñar su papel respectivo. Esta cuestión ha sido elaborada a partir de los pacientes transexuales, cuyos padres actúan “asignándoles” el género opuesto al de su naturaleza. Robert Stoller (1978) piensa que ello juega un papel significativo en la evolución del sentimiento de identidad de género.
Pensemos igualmente que los gestos de ternura se expresan de manera regular y sostenida y que lanzan mensajes indicando la pertenencia al género cotidianamente. ¡Qué intensa designación! Una identificación como reconocimiento del otro a lo cual el otro se identifica y en la cual se reconoce. Aquí vemos nuevamente el valor del reconocimiento mutuo.
Dos fuerzas intervienen en la maduración de la identidad de género, una identificación que designamos de continuidad, que se construye en el contacto inmediato, directo, y gracias a las identificaciones primarias y en la que la caricia juega un papel importante, y una identificación por contigüidad, que se construye como corolario de la rivalidad edípica, que hace intervenir deseos, representaciones y afectos intensos: odio y amor, posesividad y rechazo, etc.
¿Eres chico o chica? Siendo varón o mujer te imagino como eventual partenaire erótico (contra-Edipo)
La identificación por continuidad se basa en lo analógico, pero la ternura cuando contribuye a la definición de género no es intencional, no responde a un anhelo pedagógico que busca hacer de su hijo un varón o una mujer. Es un deseo en el que se podrá entrever el hecho que el chico responde por una disposición ubicándose en el tablero de los lazos de amor edípico. Está ligado con las propias identificaciones del padre y de la madre y deriva de sus experiencias infantiles con los padres respectivos, no siempre para hacer como ellos, sino a veces para hacer lo que no hicieron, especialmente si el padre o la madre no recibieron suficientes gratificaciones tiernas en sus propias infancias y que ello les faltó. En todo caso, en relación con ellos.
También conviene preguntarse acerca de la circulación del deseo homosexual. En 2005, introduje la idea de homo-erotismo en el vínculo madre/hija (se lo puede aplicar al vínculo padre/hijo) (Eiguer, 2005). Digamos que la deriva homosexual latente implica un desborde de excitación, la sobre-determinación sadomasoquista, un combate contra el vínculo heterosexual y en general el desprecio por el otro género, que en principio no son importantes en el homoerotismo. Este último sería un amor de lo semejante con lo semejante, donde la niña se identifica a la receptividad de la madre, por ejemplo.
Podemos incluso hablar de homoerotismo cuando el sexo del adulto y su vástago son distintos. En ese caso, cada uno asocia la representación que tiene del género opuesto con el chico; una madre sabrá dirigirse a su varoncito, efectuará sus caricias con él según la manera en que vive a un varoncito en su psiquis y según como imagina que ello le causará placer a él. Lo homoerótico se manifestaría en la búsqueda de lo semejante, base de la intersubjetividad, confirmada por la biología.
La ternura es fuente de satisfacciones, sostén de la pertenencia y creadora de identificaciones de género.
Adolescencia. Pudor o distancia: ¿el final de la ternura?
La adolescencia modifica la economía familiar en su conjunto. La crisis de la autoridad, la renovación del erotismo favorece los conflictos entre generaciones. Tiene repercusiones en la pareja parental, que puede dividirse. Sin tener consciencia, el padre o la madre pueden regresar hacia la adopción de expresiones y modos de actuar adolescentes. La crisis familiar es tanto más profunda cuanto que los padres reprimen su pasado de adolescentes o lo reniegan, al menospreciar la evolución del adolescente, dramática a veces pues conduce hacia la depresión, el aislamiento, la confusión, el desorden alimentario, la toma de estupefacientes, la psicosis.
La regresión en la crisis de adolescencia familiar aqueja a todos los vínculos y los miembros de la familia y a cada uno. Ignorarlo es tan perjudicial cómo reaccionar demasiado visceralmente rechazando al otro, que puede llegar hasta la denegación del concepto de filiación. Un cambio se produce en la adolescencia, fomentado a la vez por los padres y el hijo: la toma de distancia física. Dejan de acariciarse y de darse besos, mismo de darse afecto; los hijos que acostumbraban ir el domingo por la mañana a la cama de los padres, se oponen. Son ahora más corpulentos, luego los padres tampoco saben cómo reaccionar. Los juegos físicos, los cosquillas, los combates simulados, cesan. El adolescente se vuelve discreto, evita abrazar a sus allegados e incluso rozarlos; teme, más que en el pasado, mostrar su intimidad física. Sin embargo la expresión de la ternura no es sino más necesaria en este momento. Autoriza el vínculo y permite desplegar el amor entre familiares sin que la sensualidad se mezcle.
Con la pubertad, las tendencias edípicas son más vivas, emergen de nuevo después de su represión producida al final del período genital infantil y más o menos mantenidas durante la latencia. El padre del sexo opuesto atrae al niño así como este último necesita imperativamente apuntalamiento narcisista, ya que recae fácilmente en una pérdida de confianza en sí mismo. La ternura sería « un importante apoyo” para mantener aquella representación funcional que tiene despierto el deseo de objeto al preservar el contacto con otro por un reconocimiento recíproco (P. Gómez, L. Tebaldi, 1999).
Ahora bien, los conflictos con los padres no hacen sino complicar las cosas; el púber, luego el adolescente, cree desmoronar la representación de sus padres antes consolidada. La ternura sería una herramienta intermedia que admite todos los matices del vínculo; reduce los efectos de la seducción y se propone como alternativa a la agresividad, introduciendo la idea que en familia es posible atacarse sin tener deseo de destruirse, y un poco para darse miedo. La ternura no cancela con todo la hostilidad, le permite coexistir reforzando la pertenencia y manteniéndola siempre viva. Se puede llegar precisamente lejos en la seducción o en la violencia porque el amor es también eso. Mientras que el impulso sexual durante la adolescencia corre el riesgo de desgastar las identificaciones, la ternura los desarrolla. El adolescente tiene aún dificultades para encontrar afuera un apoyo amistoso o sentimental; ante estas dificultades, la ternura entre familiares lo ayudaría a vincularse. Ahora bien cuando ésta no tiene más lugar en los vínculos familiares, el púber se encuentra en un callejón sin salida. Responderá, recuerdan los autores citados (op. cit. p. 944), por la explosión de pasiones hasta allí contenidas, contrarias y demasiado potentes, la violencia actuada, el repliegue intelectual, una neurosis obsesiva, un desorden fronterizo, somatizaciones.
Lo maternal en la ternura es también durante la adolescencia un elemento de vinculación indispensable. Si la madre no lo asume sus temores pueden conducir hacia la contra-investidura anal del vínculo (formación reactiva, preocupación casi exclusiva por lo material, el cuerpo enfermo). El analidad tiende hacia la indiscriminación de género, de generaciones y de individualidades. Por eso, la madre suele no poner más en juego su femenino cuando se dirige al adolescente; permanece « demasiado » o « exclusivamente » madre, la madre de un pequeño. Por lo tanto, lo femenino dará aún más miedo al muchacho; en la muchacha se desorganizarán sus identificaciones. Pasemos a una ilustración clínica.
Una familia y sus seísmos
Oscar es un adolescente que fue adoptado à 7 años. Una de las razones por las que los padres vienen a verme para una TFP (con la familia) es el desorden en su habitación. El lugar está sucio y descuidado; el abundante polvo y los olores nauseabundos impiden que se acceda a ella. Oscar tiene la costumbre de acumular residuos, sobre todo de alimentos, latas vacías, envases de yogur, barras de chocolate, corazones de manzana. Este hábito aparece dos años después de su llegada a la familia. En aquel entonces prefería robar alimentos antes que solicitarlos a pesar que su madre le haya dicho que estaría de acuerdo en dárselos si le pidiera. Oscar persistió en la repetición de este comportamiento. Una vez se han encontrado en su habitación cientos de residuos de envoltorios de caramelo escondidos durante un largo período. Se convirtió en un “coleccionista” de objetos en la memoria de los placeres de su paladar: de lo que quedaba de ellos y lo que los había envuelto.
Mayor comenzó a robar dinero. Explicó que era para comprar dulces. Los padres le dijeron que podía pedirles y que no se negarían. Nada que hacer; continuó robando. Finalmente fue colocado en un hogar con el fin de evitar estas molestias. Cuando los conocí, hacía un par de años que vivía fuera de casa.
La TFP ha aclarado muchos problemas; la desaparición de las joyas de familia de una de las abuelas dio la pista. El robo de los objetos heredados de la generación anterior a esta abuela era un ataque a sus orígenes como para querer apropiarse de esta parte de la historia de la familia que le era ajena. Oscar era descendiente de otra genealogía. Podía envidiarle este patrimonio, que le escapaba. Por su parte, los padres no dejaban de recordarle que era una “pieza injertada” a la familia, como si quisieran recabar que estaban en la posición de herederos directos y, por lo tanto, eran más legítimos que él. A veces le contaban relatos de su historia, pero rara vez del pasado respecto de los antepasados.
Ignoro si esta idea de robar como una apropiación del pasado transgeneracional era pertinente, pero después de mi interpretación los robos disminuyeron; por un buen tiempo no oí más hablar de eso.
En cuanto a las dificultades de desorden y negligencia de su habitación (más tarde se añadirá descuido de aseo personal), otra idea me vino que al verbalizarla también produjo efectos. Estaba ligada con el origen de la adopción y la dificultad de apego. Los padres explicaron que les fue difícil ocuparse de la higiene del chico, a excepción de lo indispensable. No tenían ni la idea ni el deseo de brindar ternura física al pequeño Oscar. Los cuidados fueron mecánicos y privados de afecto. Oscar, ¿lo vivió como un rechazo de su piel, su sudor, su excreciones? ¿Se sentían perseguidos por el contenido agresivo que estas últimas podían simbolizar? Se hizo cada vez más claro que el niño podría asociarlo con un rechazo de él, su persona y sus orígenes. En la sesión, oí muchos comentarios despreciativos sobre su familia biológica y el orfanato donde permaneció desde el abandono hasta la adopción. Si él no gustaba a los padres, ¿para qué ocuparse del orden y la limpieza de su habitación y de la limpieza de su cuerpo? Es cierto que se manifestaba en Oscar goce al descuidarse físicamente como lo había sido con sus robos. Pero quedar sucio expresaba un clamor de ternura y caricias que Oscar no sabía cómo obtener, ni la madre ni el padre cómo dar.
Era una muestra de falta de apego en el vínculo, incluso de desprecio y rechazo. Se observa en suma cuánto resulta complicado privarse de contactos físicos y ternura.
Conclusiones
Si bien la distinción entre corriente tierna y sensual conserva su vigencia, tienen entre ellas relaciones complejas, de regulación y de estímulo entre ambas. La caricia es un acto de amor que apuntala la unidad del yo-piel, contribuye al vigor muscular, el equilibrio físico, la postura, y nutre el orgullo de existir. En el área transisional, una nueva fuerza puede desarrollarse, la de la intersubjetividad. Es un gesto físico que tiene un valor tan simbolígeno como de lenguaje. A diferencia de los símbolos habituales, por la caricia, el signo se introduce antes del símbolo, éste se instala en el après-coup.
El lenguaje del cuerpo nos incita entonces a modificar numerosas perspectivas teóricas. Debería tenerse en cuenta en adelante, así como el movimiento que lo acompaña, las superficies de placer propias y organizadoras de vínculos, especialmente en el vínculo parental-filial y las manifestaciones de deseos y expectativas sobre identidad de género. La insuficiencia de la ternura conduce en el caso de esta familia a graves consecuencias clínicas y a un vaciamiento vincular. En la ternura, no hay un sujeto único. Son dos o varios, diferentes e interdependientes.
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Resumen
“La función simbólica de la ternura física y sus efectos sobre la intersubjetividad familiar.” Alberto Eiguer. Para introducir este tema, el autor aborda las expresiones del cuerpo somático, del cuerpo erótico y del cuerpo de la voluptuosidad en los vínculos familiares. Se interesa a continuación por las funciones de la caricia: construye el cuerpo familiar y ofrece al mismo tiempo el placer. Examina también las singularidades de la caricia dentro de cada vínculo y su evolución según la edad de los hijos. Insiste en el papel de la caricia entre padres e hijos en la configuración de la identidad de género en estos últimos. Finalmente el desvío de la caricia hacia la transgresión son ilustradas en situaciones extremas como en el incesto.
Palabras clave. Ternura, sensualidad, vínculos familiares, diferencia de géneros.
Résumé. « La fonction symbolique de la tendresse physique et ses effets sur l’intersubjectivité familiale. » Alberto Eiguer. Pour introduire ce sujet, l’auteur aborde les expressions du corps somatique, du corps érotique et du corps de la volupté dans les liens familiaux. Il s’intéresse ensuite aux fonctions de la caresse, qui construit le corps familial tout en offrant du plaisir. Il examine aussi les singularités de la caresse à l’intérieur de chaque lien, et son évolution selon l’âge des enfants. Il insiste sur le rôle de la caresse entre parents et enfants dans la formation de l’identité de genre chez ces derniers. Enfin les déviations de la caresse vers la transgression sont illustrées dans des situations extrêmes comme celle de l’inceste.
Mots clés. Tendresse, sensualité, liens familiaux, différence de genres.
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[1] Dr. Alberto Eiguer, psiquiatra y psicoanalista (IPA). Director de investigaciones en la Facultad de psicología, Université Paris 5 René-Descartes Sorbonne-Cité. Laboratoire PCPP, EA 4056. Exdirector de la revista Le divan familial. 154, Rue d’Alésia, 75014 Paris, France. albertoeiguer@msn.com
Este trabajo es una versión ampliada y actualizada de un capítulo en Jamais moi sans toi (Dunod, 2008). Traducción portuguesa en Nunca eu sem ti, Sozinhos todos somos imperfeitos, Porto, Parsifal, 2013.