Huracán sobre la teoría del traumatismo

Alberto Eiguer

El tema del traumatismo genera controversias. No es porque sea nuevo sino, por contrario, ha participado en la fundación del psicoanálisis, pero se reajusta periódicamente, lo que implica un cuestionamiento de las conclusiones anteriores. Al tratar la evolución de las teorías del traumatismo pienso contribuir al esclarecimiento de la evolución del análisis y a su manera de responder a los desafíos del mundo moderno durante las curas.

Para S. Freud (1897), hay una línea divisoria entre lo que es preanalítico y lo que es analítico. La interpretación del papel del traumatismo cambia radicalmente entre la primera teoría, la de la neurótica, y la segunda teoría, que ve la fantasía adoptar un papel central: es el principio del psicoanálisis. Este cambio tiene incluso una fecha, el 21 de septiembre de 1897.

En la primera teoría, el histérico habría sufrido la agresión sexual de un adulto; es la causa de su enfermedad. En la segunda, es como si el traumatismo « no habría tenido lugar », como si habría sido tan sólo imaginado por el paciente, y es esta imaginación que suscita el desorden y se vuelve « traumática » : el trauma. No es el traumatismo de la seducción por parte del adulto que había perturbado a la histérica (Freud, 1895), sino « los síntomas eran, por decirlo así, residuos de las experiencias emocionales […]: su carácter particular se vinculaba con la escena traumática que la había causado » (Freud, 1910).

Para Freud, la realidad del traumatismo no fue nunca puesta en dudas, tanto durante el período en que defendía la primera teoría como más tarde. Varios factores refuerzan el carácter violento e hiriente del traumatismo, precisa Freud en distintos textos: la ausencia de reacción a la altura de la gravedad del daño sufrido (1895), la repetición de la experiencia, la adición de otras formas de traumatismo tan nocivas como la primera -la obligación, la perversidad-, las distintas y sucesivas rectificaciones relativas a la naturaleza y las circunstancias del traumatismo en el relato de los hechos. Así el trabajo del après-coup se vuelve esencial, es decir, la forma en que el sujeto se refiere al traumatismo (en particular después de septiembre 1897); lo reinterpretó y le asignó un aspecto aún más abyecto si se trató de abuso. Un niño que crece comprende mejor aquello que vivió. Al completar su desarrollo sexual durante la pubertad, puede experimentar sensaciones desconocidas por él y entonces entender mejor lo que una excitación sexual significa. Es en ese momento en que el acontecimiento antiguo se comprendrá en toda su gravedad y su horror. Es eso lo que hace mal y aunque las capacidades de comprensión recientemente adquiridas permiten moderar los sufrimientos experimentados. La decepción, la sensación de ruptura y el sentimiento de ser engañado afectan profundamente el psiquismo de la víctima (cf. Jorge Luis Maldonado, 2006).

A partir de 1920 y tras la labor de investigación clínica sobre las neurosis de guerra, se observa una nueva dimensión (Freud, 1920). El traumatismo puede convertirse en tanto más inquietante cuanto que no está representado. Así los efectos de excitación, el miedo no logran metabolizarse, asociarse con otras experiencias, pensarse. La extrañeza deja al sujeto estupefacto. Vive en pesadillas las escenas traumáticas. Este destino se sitúa regularmente en diversos traumatismos fuera incluso de la neurosis de guerra.

Causas y repercusión psíquica del traumatismo

Es útil precisar que las causas de traumatismo son múltiples y que la repercusión psíquica es diferente según que esté vinculado con la pérdida de un allegado o con violencias; según que s’implique a la sociedad, como un secuestro, una guerra, un acto de terrorismo, una revolución, una catástrofe natural, o que se origine dentro del mundo doméstico. Se puede sufrir un traumatismo o varios, de diferente carácter o similar, o traumatismos acumulativos. El desarraigo también se considera como un traumatismo.

Otra persona (o varios) habría manifestado hostilidad respecto del individuo que sufría el traumatismo; ésta puede adoptar distintas formas: falta de empatía, actos de frustración, negligencias, abusos o agresiónes sexuales (« los atentados sexuales », J. Laplanche, 1970), malostratos y violencias físicas, utilización y instrumentación, como en los vínculos perversos en general, y en un comportamiento típico, la depredación moral (concepto clínico adjunto a la perversión-narcisista, véase Eiguer, 2006).

En todos estos casos, sin embargo, es corriente que el funcionamiento psíquico se enfrente con angustias impensables y que el sentimiento de continuidad del ser sea perturbado, lo cual implica una sensación de ruptura entre pasado y presente. « La conmoción psíquica, afirma S. Ferenczi (1931-2, vol. 4, p. 139) con respecto a los abusos, ocurre siempre sin preparación. Debió estar precedida por el sentimiento de seguridad, con respecto del que, como consecuencia de los acontecimientos, el sujeto se sintió decepcionado; antes se tenía demasiado confianza en sí y en el mundo circundante; después muy poca o ninguna. Se habría sobrestimado su propia fuerza y habría vivido en la loca ilusión que tal cosa no podía sucederme; no « a mí ». »

Toda perspectiva de futuro puede, en consecuencia, perderse; los proyectos corren el riesgo de ser cuestionados; el concepto mismo de temporalidad se vuelve imperceptible. Mientras que la extrañeza invade la identidad, el otro puede también parecer « raro », en particular, si su comportamiento se revela opuesto a las expectativas habituales; por ejemplo, se considera a un marido regularmente pacífico como un « monstruo » si éste pega a su mujer.

La angustia dominante es la confusión; la auto-estima se debilita; en consecuencia, desconcertado, el sujeto no puede reaccionar, ni huir, ni defenderse o, si hace una tentativa de este orden, es « inmediatamente abandonada » (Ferenczi, op. cit. p. 140).

Localizaciones

Prestamos actualmente una atención especial a la reacción del medio ambiente: ¿se manifiesta a la altura de la gravedad de la situación? Es cierto que los familiares del paciente, si éste está en posición de dependencia respecto de ellos, pueden tener intereses particulares en denunciar o al contrario ocultar los daños sufridos.

« El comportamiento de los adultos respecto del niño que sufre de traumatismo, destaca S. Ferenczi (1931-2, p. 141), forma parte del modo de acción psíquico del traumatismo. Éstos demuestran generalmente una aparente incomprehensión y en alto grado. Se castiga al niño, lo que, entre otras cosas, actúa también sobre él como una gran injusticia, o los adultos reaccionan por un silencio de muerte que vuelve al niño tan ignorante como se le pide ser. »

Una madre puede abstenerse de reaccionar si su cónyuge abusa de su hija y se encuentra abrumada, depresiva o también si teme que la unidad de la familia se deshaga. A veces la madre teme perder el sostén del violador, que le parece indispensable para su supervivencia. Se ven madres que se callan porque siendo niñas sufrieron agresiones sexuales de su padre u otro hombre de su familia. Temen ‑a menudo erróneamente‑ el escándalo. Pero aveces ello no es en absoluto consciente; la desmentida en la madre impide reconocer lo que se teje detrás suyo. Se ven también madres que asignan un carácter transgresivo a una relación demasiado estrecha entre su esposo y su niña, libre sin embargo de toda sexualidad actuada, exenta incluso de incestualidad (actitud incestuosa sin actividad sexual).

Hay madres, poco numerosas por cierto, que saben que eso es así, pero utilizan la materialidad de esta intimidad para atacar a sus cónyuges, en particular en los pleitos de divorcio, acusándolos « de incesto ». Tanto porque se trate de celos o por otro sentimiento, fingido o no, el objetivo es, en cada caso, denigrar la aproximación y atacar envidiosamente el vínculo.

En distintos ejemplos, la perversión en el vínculo prevalece y se rodea con ideología y proselitismo. Es típico en la perversión el acompañarla con un discurso que justifica el acto (Eiguer, 1997). Como cuando se trata de perversión-narcisista, este discurso tiende a designar, luego a transformar, la naturaleza de los vínculos humanos. Se manifiesta un intenso deseo de apoderamiento de la víctima/cómplice. Como un dios todopoderoso, el perverso presenta el acto como beneficioso por más ultrajante que sea.

Dos campos de interpretación del traumatismo

Como las situaciones son diversas, el terreno de las ideas sobre el traumatismo se siembra de escollos. Conviene reconocer que dos campos se definieron progresivamente entre los autores, con una interpretación diferente del traumatismo, que se basaron en una concepción divergente del vínculo y del concepto de culpa.

El primero de estos campos privilegia los efectos subjetivos del traumatismo. Destaca las reacciones de culpabilidad en el sujeto, que puede pensar haber participado en el desencadenamiento del traumatismo e incluso ser el responsable. Una víctima sexual puede vivirse culpable de haber gozado durante la agresión y decirse que la premeditó. Una persona que sufre un fracaso puede eventualmente lamentar « haber buscado un castigo ». Estos autores subrayan un determinismo masoquista inconsciente. Esta orientación estaría sobredeterminada por el « sentimiento inconsciente de culpabilidad », que preexistiría a los hechos. Reconocer todo ello contribuiría al alejamiento del espectro de la repetición, sostienen estos autores, a superar el trauma que causa necesariamente un trabajo de duelo, a producir una renovación del autoconocimiento y el desarrollo de la subjetividad.

El segundo campo hace hincapié en el carácter perturbador del traumatismo, en la injusticia sufrida – si es el caso de un abuso o una negligencia. Pasa a segundo plano una explicación sobre el móvil del acto o las motivaciones de los protagonistas, víctimas y testigos. La culpabilidad no se considera indispensable para la integración del traumatismo. Se piensa en cambio que paraliza al sujeto y que lo desvía de su comprensión.

Según esta última perspectiva, las defensas no se estiman forzosamente negativas, reconocidas como necesarias incluso, aunque sea de manera provisoria y tanto tiempo como el choque sea vivido peniblemente. ¿Por qué no autorizarse a desmentir, a racionalizar, a invertir el sentido de las cosas? Las defensas servirán aveces de líneas de recuperación. ¿Por qué? Pues no llegando a ver con claridad, el sujeto puede comenzar por interpretar las cosas de manera unívoca o errónea, pero ello ayuda en principio a poder pensar, deducir, razonar. El pensamiento, decía Freud (1912, 1918), es en sus comienzos proyectivo. Su papel en la apertura de una « visión del mundo », en la sistematización que integra distintas hechos empíricos, merece nuestra atención. Diversos investigadores subrayaron el lugar de la proyección en la construcción de sistemas de interpretación (« teorías explicativas ») en los pueblos primitivos (pensamiento animista). Conciernen los fenómenos de la naturaleza cuyo contralor no se posee. ¿Por qué no nos procuraríamos explicaciones mismo incorrectas para alivianar nuestras angustias ? Lemaigre (1998) defiende con convicción el lugar de la proyección tanto en la organización del pensamiento como en el hecho de soñar, por lo tanto que la proyección esté desprovista de conflictualidad, de tentativas « en expulsar » los sentimeintos hostiles por los cuales el sujeto rechaza su responsabilidad.

Ferenczi (1931, 1933) insiste sobre la escisión (clivaje) que deviene útil a fin de separar la vivencia y el recuerdo sobre la experiencia del resto del ser. Utiliza el término « fragmentación ». Cuando el impacto habrá sido superado, el sujeto encontrará su unidad, durante el proceso analítico principalmente (M. Dechaud-Ferbus, 1994). Entonces el paciente se rememorará la experiencia, la vinculará con otros acontecimientos, la modelará, la reconstruirá, la transformará.

El trauma sería al mismo tiempo la causa de cambios de funcionamiento psíquico: superados los efectos desorganizadores, el sujeto puede desarrollar formas de razonamiento nuevos, interesarse por cuestiones que no tenía costumbre de plantearse.

Estos autores interrogan los efectos sobre la auto-estima en cada caso. Honneth (1992, 2006), en su estudio sobre el reconocimiento, destaca muy especialmente que la familia es determinante para que el sujeto adquiera el « autoconocimiento »; el autor encuentra que los malostratos en la familia afectan la consolidación de éste en el niño, cuando los ha sufrido en carne propia u observado que afectaba a otros integrantes del hogar.

En una visión cercana, los autores intersubjectivistas « radicales » consideran igualmente y siguiendo al pensamiento de Kohut (1971) que el polo del self-objeto se compromete seriamente si los padres se muestran distantes y sin compasión hacia sus hijos.

Así como la insatisfacción corre el riesgo de ser invalidante, el exceso de excitación inducido por el adulto, sobrepasa las capacidades del niño, que se encuentra desbordado por lo que siente. Ferenczi (1933) y los continuadores de su obra destacan las dificultades que eso implica para el desarrollo aún inacabado del niño, este último se lanza precozmente a desarrollar una « genitalidad » cuando su cuerpo, fantasías y conexiones psíquicas no están todavía preparadas. Las excitaciones fuera de tiempo y contexto resultan traumáticas. M. Klein (1957) insiste a su manera sobre los estragos en el niño de una genitalización prematura.

Se encuentran adultos, en número limitado por cierto, que abusan conscientemente del niño infundiéndole un erotismo que se vuelve francamente traumático. Pero en los padres incestuales, aunque la sexualidad no entra en juego en la seducción, el niño vive a pesar de ello una excitación sensual desmedida.

Por otra parte, se observa que no es posible reabsorber íntegramente las huellas de un trauma; que no consiguen completamente adoptar un contorno de representación inconsciente: un resto enigmático, en suma irrepresentable. No s raro que formaciones inusuales de la personalidad surjan, un comportamiento pasional, un rasgo paranoico, una tendencia a la impostura, o la atracción patológica por historias de horror, por ejemplo.

Existen padres que toman al niño como testigo de sus dificultades; lo aterrorizan con sus enfermedades físicas o psíquicas, implicándolo de distintas maneras, insiste Ferenczi (1933). Eso conduce a veces al niño a darse por misión curar al adulto, salvarlo incluso: terrorismo del sufrimiento en el adulto. El falso-self, la parentización del niño, su hipermadurez, son distintas formas posibles de la clínica contemporánea, más o menos vinculadas con esta designación del niño. En cada caso de traumatismo, el paciente puede reclamar reparación a los otros, los que fueron activos en el abuso o insuficientemente reactivos cuando este último tuvo lugar. En su planteamiento, actitudes de revindicación o defensa en el límite de las normas pueden manifestarse, pero aparecen al paciente como necesarias para metabolizar en la medida de lo posible las transtornos vividos.

A menudo la necesidad de presencia se hace imperiosa; se reclama al otro, se lo acosa. ¿Cómo ser colmado? O se pierde confianza en el humano; se busca un sustituto en la droga, alcohol, objeto fetiche. Quizá será « más fiable, menos huidizo ».

En su comprensión del traumatismo, los autores de este segundo campo integran la psicología de los allegados del sujeto tanto en la interpretación de lo que sucedió como en lo que permite superar hoy las dificultades. Así se tienen en cuenta las reacciones de rechazo, como indiferencia en los terceros ante el sufrimiento o al contrario su empatía, solicitud y capacidad para permitir la elaboración de los efectos del traumatismo por respuestas alternativas, en primer lugar el pensamiento, el juego y el humor.

Obviamente todo parece oponer estas dos comprensiones del traumatismo. A la luz del trabajo terapéutico, pueden sin embargo encontrarse; el hecho que el paciente no se reconozca en lo que el analista le dice con respecto a su vivencia y que no evolúe, va probablemente inducir este último a modificar su comprensión de la situación. Lo que es, no obstante, difícil de admitir para un analista es haberse equivocado de camino.

De una teoría conyuntural del traumatismo a una teoría estructural de la psiquis

En suma existe una teoría conyuntural del trauma o dos, pero la manera de entenderlo condujo, en Francia principalmente, a concebir una teoría de la estructuración del psiquismo basada en los hechos traumáticos en todo infante.

Lo simbólico inviste al individuo como algo arbitrario, hace irrupción en él ; lo obliga a introyectar la ley, el orden del parentesco y el de la lengua. Lacan (1966) fue el primero en subrayar la violencia que ello implica. No elegimos a nuestros padres, a nuestro linaje, a la sociedad en la que nacemos. En esta línea, Laplanche (1987) insiste sobre algo que le parece esencial, la seducción traumática, rescatando así a Ferenczi, con la diferencia en que le da un sesgo universal e inconsciente. Todo lactante se ve confrontado a potentes inducciones excitantes, aquellas que provienen del significado sexual de los gestos con los que se lo atiende y alimenta, y de las fantasías inconscientes en los padres. Lo vemos en un simple ejemplo. Aquello que siente una madre que da el pecho al lactante es más que cariño, más que su satisfacción de poder alimentarlo y placer al verlo divertido jugando con su pezón. El seno es para ella un lugar de erotismo también, cruzado por infinidad de fantasías y recuerdos ; reprime esto, ciertamente, pero el niño no está aún preparado para entender este otro sentido. Lo presiente agitadamente, le quedan cómo preguntas sin respuesta, que devienen enigmas. La madre representa de esta manera para él como una fuente libidinal ; más aún sería la « fuente » de su pulsión. Desde sus primeros trabajos, Laplanche (1970) había sostenido que la fuente de la pulsión no es únicamente somática, sino que las representaciones se cargan de líbido al ser constituidas y que funcionan desde entonces como fuentes paralelas a la somática. Hay un sesgo que caracteriza el pensamiento de Laplanche, lo enigmático es algo molesto, provocador, desafiante para el sujeto, a diferencia de Bion (1975) en quien lo enigmático es fuente de desorganización.

Nos parece interesante recordar a Freud (1932), para quien el misterio mayor es el de lo femenino y que Lacan (1966) precisa al recordar que tal enigma incluye el del goce de la mujer, en todo caso desde el punto de vista del hombre… aunque no solamente cuando se piensa en cuántas son las mujeres que no logran precisar si tienen orgasmo.

Laplanche inaugura varias investigaciones que llevan a considerar que lo originario está compuesto por estas trazas irrepresentables animadas por energías no ligadas, no articuladas, y que se heredan de estas experiencias tempranas y probablemente traumáticas. A diferencia de Laplanche, otros investigadores no ponen tanto el acento en lo sexual, sino en las frustraciones, los abandonos, la violencia, las inquietudes de los padres. La teoría del trauma es evocada en cada caso, porque ayuda a entender cómo se pudieron gestar aquellas trazas irrepresentables. En el sujeto, la angustia es en sí traumática; hizo efracción en su momento y no se pudo ligar completamente. Es un « resto » que busca un sentido.

Subráyense aquí los traumas del nacimiento, del destete, de la amenaza de castración, y los traumas que tuvieron lugar en generaciones anteriores y que son vehiculados por los padres.

Julio Moreno (2002) sostiene que el exceso de inscripciones no permite que devengan representaciones de cosa y palabra ; por eso mismo, se revelan paradójicamente predispuestas a la conexión vincular. Los estudios de R. Roussillon (1999) subrayan las « agonías primitivas » ; C. y S. Botella (2001) se ocupan de las dificultades de figuración, de las cicatrizaciones que no tuvieron lugar, y que originaron una falla de simbolización. Roussillon sugiere que las nuevas simbolizaciones no logran borrar los aspectos no simbolizados anteriormente. El narcisismo queda fragilizado.

Cuando lanza la « fórmula » que la afiliación surge de las fallas de la filiación, y que ello se extiende a toda vinculación, R. Kaës (1994) sostiene algo parecido. El vínculo desbarata la negatividad. Los sujetos del vínculo establecen allí pactos denegativos, alrededor del hecho que cada uno dispone de algo que no puede ser dicho, y frecuentemente tampoco representado. La negatividad los une.

En estos autores se entenderá subrayar las « fallas » y « lo fallido », comprendidas de manera distinta de la falta ligada con la castración, ya que son presentadas de preferencia en el sentido de una carencia radical e inconsolable. Me parece que fue Bion (1975) quien dio una perspectiva a esta problemática y resolvió, para nuestro mejor esclarecimeinto, por qué el misterio de lo irrepresentable está en constante búsqueda de vínculación. Los elementos beta se han quedado como frustrados de no haber sido acogidos por la capacidad alfa de la madre en los años de crecimiento. Entonces erran « como alma en pena » en busca de otras psiquis que los « descondensen », es decir que desenreden sus múltiples implicaciones entreveradas y tan incómodas, dándoles un sentido, brindándoles un pensar. El niño quiere saber, aguzado por su deseo de verdad (vínculo C+).

Pero ni Laplanche, ni Roussillon, ni C. y S. Botella se dan cuenta que esta manera de entender lo originario, con sus irrepresentables, que se agitan en un movimiento incesante, lleva inevitablemente a considerar al otro como un partenaire insoslayable para resolver los enigmas provocados, aunque ello sea un simple deseo. En todo caso, los autores en cuestión sostienen que somos todos « descendientes » de lo traumático. Hemos pasado de esta manera de una teoría del traumatismo como coyuntura a una teoría estructural de lo originario que adopta el modelo del trauma.

Este irrepresentable está en el centro de numerosos estudios; en realidad conviene hablar de representación que no es tal o de representación antirrepresentación, a la manera en que Racamier (1995) habla de fantasía antifantasía. Esta se opone tenazmente a habitar los sueños diurnos y nocturnos y a ser verbalizada. Se mencionarán la falta, la falla (s), los blancos, el vacío, las vacuolas del yo (Abraham y Torok, 1978), los « huecos » que aspiran las investiduras, las representaciones que se desligan y se deshacen, que incitan a una curiosidad que no llega a encontrar satisfacción. El vacío es recubierto por un actuar incontrolado y precariamente simbolizado. Pero si estas huellas llegan a evocar el abuso sexual, el espectro de la voluptuosidad está allí como para rodear estos misterios de una inquietante seducción.

Se hará hincapié en el debilitamiento narcisista que resulta de ello, hecho de tormentos y pensamientos parásitos para colmar el vacío de representación, en otros términos para responder a los misterios. El psiquismo busca sosiego, a veces lo encontrará en un vínculo amoroso, idealizado al extremo como para confortar el sujeto de haber extraviado el recuerdo de tiempo pretéritos supuestamente gloriosos y felices. Vincent Garcia (2007) y Evelyn Granjon (2006), de manera semejante, piensan que la pareja, luego la familia, se basa en estas fallas vacías de representación, y eso en cada uno, no solamente en los traumatizados de la vida. Si eso se presenta así, es porque estamos todos traumatizados de algo, recuerdan los autores, una falta primordial quizá o, si eso no ocurrió durante nuestra infancia, pudo haber tenido lugar hace mucho tiempo con los antepasados y fue transmitido de generación en generación.

Para estas parejas formadas bajo tal signo y con tales expectativas ideales de reparación, el despertar es doloroso y desilusiona, el desacuerdo de la pareja tanto más desgarrador cuanto que el origen del desorden es imperceptible. Progresivamente el cónyugue se convierte en un extraño. Y se le acusará fácilmente de traición mientras que la traición tuvo lugar mucho antes.

A partir de ello, el interrogante sería : si lo traumático agita a cada uno, ¿cuáles serían las noxas que producirían un estado de desequilibrio intenso más allá de la situación general? ¿Sería una cuestión de cantidad y de intensidad o se trata de otro registro? Cuando un traumatismo hiere al sujeto adulto, ¿no se despiertan todas las fallas antiguas, no explotan todos los residuos no representables ?

Intersubjetividad y traumatismo

¿Cuáles son las posturas terapéuticas de un analista sensible a la importancia de los vínculos intersubjetivos? Me parece que la « compasión » es esencial. Este término significa etimológicamente algo así como « compartir el afecto enfermizo ». Las cuatro características el vínculo, respeto, responsabilidad, reconocimiento y reciprocidad, tienen su lugar en la cicatrización de la experiencia, cada una de estas características de manera complementaria. La solidaridad emocional es uno de los pilares. Manifestar compasión significa prestar interés a la vivencia del otro, escucharlo, acogerlo, intentar profundizar sus emociones, luego contribuir a su inscripción en una cadena de conexiones. El sujeto puede representárselo mejor a continuación.

No se trata no obstante de complacencia o de piedad. En la mirada que el terapeuta dirige al traumatizado, habrá también una exigencia, una reclamación: desea verlo surgir; en la medida en que está dispuesto a ayudarlo, no duda en « sacudirlo » si es necesario, prefiriéndolo más combativo. Le recuerda que tiene « dignidad », se hace eco de su ideal del yo tal vez reprimido. ¿ »Es que tu ideal del yo aceptaría verte deshecho y bajando los brazos? »

 La resiliencia desde el punto de vista de la intersubjetividad o cómo se adquiere la resiliencia por el vínculo

Las respuestas prácticas del analista víncular tienen en cuenta el margen del que dispone el paciente para la interprétación de los contenidos. Pero ¿cuáles son los mecanismos en juego? ¿Cómo el vínculo se pone en movimiento?

Para abordar estas preguntas debemos echar una mirada hacia la teoría de la resiliencia. La resiliencia se presenta como una serie de características de un sujeto capaz de emerger espontáneamente después de haber sufrido un traumatismo.

El primer escollo que aparece para su análisis es la presencia de varias teorías, bien que hayan contribuido al cuestionamiento de la teoría biológica de la vulnerabilidad al traumatismo (Tomkiewicz, 2001).

El segundo escollo se debe al hecho de que estos distintos enfoques hacen hincapié en la descripción de los factores de resiliencia, de los elementos de personalidad que favorecen el restablecimiento del sujeto después del traumatismo, pero dicen pocas cosas sobre la manera en que la calidad de resiliencia actúa, se pone en funcionamiento, y sobre los métodos terapéuticos que tendrían en cuenta estos factores. Su examen teórico queda por realizar.

El terapeuta no puede confiarse a una idea general acerca del funcionamiento mental hipotéticamente capaz de resistir. El traumatizado viene a verlo con su historia, sus compromisos, su capacidad y sus heridas que precedieron o siguieron la crisis, debe arreglárselas con su historia singular. Si se parte de la idea que la resiliencia es una calidad en sí misma, es difícil demostrar su funcionamiento. En suma, estos estudios parecen marcados por un pensamiento tautológico.

De todas maneras, en las distintas investigaciones sobre la resiliencia aparece claramente que la predisposición a soportar el choque está reclacionada con los vínculos del sujeto, al hecho que haya vivido antes del traumatismo una relación de sostén y estimulante con sus allegados y conseguido construir un funcionamiento mental donde la fantasía y el símbolo tienen un lugar privilegiado (J. Lighezzollo y C. de Tychet, 2004). Tras la crisis, se surge más fácilmente si se encuentra un medio ambiente acogedor y caluroso con personas comprensivas. Para que el niño se recobre, es saludable que un « guía » lo acompañe en el período que sigue el traumatismo y eso durante mucho tiempo, una figura alternativa a los padres si éstos se mostraron insuficientes (B. Cyrulnik, 2001). Aquel sujeto que pudo superar correctamente el traumatismo puede más tarde desarrollar capacidad para vincularse con los otros, un socio, un amigo, un camarada de trabajo.

¿Qué decir de ello sino que los autores ponen al vínculo intersubjetivo en el centro del debate sobre la resiliencia ? Se surge del traumatismo por y con otro. Está claro que al examinar un concepto tan ligado al terreno, que se sitúa al linde de lo biológico y lo psicológico, los autores terminaron por reconocer la dependencia del proceso de restauración con lo relacional. Por ello, debería revisarse la fórmula, la resiliencia no es solamente un atributo del sujeto, es el producto de sus vínculos.

En relación con la terapéutica, Tomkiewicz (op. cit.) sugiere « no categorizar, etiquetar, proponer juicios definitivos… » Pide al terapeuta manifestar « benevolencia, empatía, búsqueda sistemática de los aspectos positivos, [eso] ayuda a la aparición de las capacidades latentes, la valorización de los recursos personales y comunitarios, […a la] esperanza que los progresos siguen siendo posibles ». Se notará que estas ideas coinciden con las perspectivas intersubjetivistas.

Un debate puede ser introducido en relación con la desmentida. Muchos analistas clásicos la consideran como un factor que empeora los efectos del traumatismo, el « retorno de lo desmentido » podría acompañarse de conductas deletéreas. El sujeto se desligaría de sí mismo, estiman, la realidad no se miraría de frente. Sería preferible que el sujeto acepte representarse tarde o temprano lo que vivió. Se sentiría entonces más seguro y en condiciones de hacer frente a la verdad. La teoría de la resiliencia me parece proponer una visión diferente. Las defensas son necesarias para que el sujeto encuentre su equilibrio. No es indispensable excavar el pasado doloroso; no sirve de nada reactivar el recuerdo fuera de un proyecto de elaboración, lo que hasta puede resultar peligroso.

Estas dos posiciones recortan las del debate destacado más arriba relativo a la interpretación del trauma. Puede ciertamente enfatizarse la profundización de los afectos, la búsqueda de los recuerdos, pero por otra parte es lógico preguntarse si este análisis no fija demasiado los sufrimientos, no mantiene al sujeto en un estatuto de víctima que condiciona finalmente una deriva masoquista aún más complicada.

Es, de todas maneras, interesante para el sujeto asumir su parte en el drama vivido, no para abastecer un sentimiento de culpa sino para que pueda emerger de la experiencia dolorosa deviniendo actor de su aventura personal. Si eso no se produjo, es porque la culpa lo abruma y porque el terapeuta no logró por su parte valorizarlo.

Encuentro indicaciones preciosas sobre la desmentida en Ferenczi (1933) cuando recuerda que la desmentida (y la escisión) puede también ser compartida por el adulto protagonista del traumatismo y por el testigo. El adulto considera trivial la gravedad del daño si fue el agresor; es negligente o desafectivo, si ignoró las necesidades del niño, quien no puede seguirlo cuando emplea « el lenguaje de la pasión ». Ferenczi deja entender que esta desmentida influye en la de la víctima: una comunión en la desmentida. El trabajo grupal con la familia se revela esencial para desenclavar la adhesión recíproca, las fidelidades forzadas, la protesta acallada.

Se pueden pues objetar en términos semejantes los argumentos tanto de los partidarios como de los adversarios de la idea de resiliencia. La desmentida es nociva si es colectiva. Su presencia sugiere la necesidad de una elaboración progresiva del sufrimiento y ante todo un refuerzo de la auto-estima en la víctima. En todos los casos, la situación de pasividad me parece complicar las cosas: pasivo de haber padecido, de hacerse consolar. La teoría del vínculo intersubjetivo destaca la calidad del narcisismo al servicio de la vida. Velar ante todo por volver a entablar los vínculos del sujeto con los otros, consigo mismo, con su subjetividad, con sus objetos internos, con lo que fue antes y con lo que habría querido ser siempre. El trauma será aún más grave si uno se olvida, lo que es lo propio de la situación psíquica que desencadena, pero el traumatizado se hace doblemente daño si se concentra sobre el traumatismo y no actúa.

Conclusión

La teoría sobre el traumatismo recorta la evolución de las ideas actuales sobre el vínculo intersubjetivo. Las líneas principales de una concepción moderna serían : alivianar las heridas, admitir la necesidad de los mecanismos de defensa, garantizar un apoyo narcisista, liberar al sujeto de las sujeciones vinculares. Cada uno puede tener su opinión, pero si el terapeuta se escuda detrás de una posición teórica, el tratamiento no será constructivo.

Como la escisión y la desmentida, la proyección nos revela ciertas potencialidades. Sabremos respetar las defensas en los pacientes sin pensar que obstruyen necesariamente la tarea analítica ? Debemos en suma reconocer haber encontrado intermediarios interesantes detrás de los obstáculos que habíamos temido en el enfoque del traumatismo.

Resumen

« Huracán sobre la teoría del traumatismo. » Alberto Eiguer

El autor realiza una reseña de la Historia compleja del traumatismo en la teoría y la práctica analíticas, desde los cambios sucesivos en Freud, la controversia con Ferenczi, señalando la importancia creciente acordada al contexto familiar y a la prehistoria ancestral del sujeto. Hace hincapié en el exceso de excitación que desborda la capacidad de elaboración, en la formación de irrepresentables, restos y vacíos que perturban la estructura narcisista. Junto al horror, la confusión, la extrañeza y la sensación de ruptura temporal y ética del sujeto, la desilusión de ciertas figuras centrales es particularmente dolorosa. Dos teorías son destacadas resumidamente, una es « subjetivista », la otra es « intersubjetivista ». En la base de la repetición encontramos al masoquismo, pero la interpretación puede ser traumática ; de allí que si el analista puede compartir el afecto del paciente logrará ayudarlo mejor que cuando sus esclarecimientos son acertados. En general, la auto-estima merece ser apuntalada.

El trauma no aparece hoy únicamente como un problema conyuntural en personas que han sufrido violencias, sino que ha dado lugar a teorizaciones sobre la estructura y el funcionamiento psíquicos de carácter general, tales como los aportes de Lacan, Laplanche, Roussillon, Racamier, Kaës y otros. Es así como la coyuntura traumática no tiene ya el mismo sentido. El concepto de resiliencia merece ser discutido igualmente. El trauma cuestiona nuestra actitud ante las defensas, la proyección, la desmentida o la escisión del yo. Es de subrayarse en cada caso el papel de la familia tanto antes y después del traumatismo como en el momento del tratamiento. Su terapia en paralelo se revela ser vital para desentrañar los pactos de silencio, de desmentida y las complicidades al servicio de la sacrosanta unidad familiar.

Palabras clave : Traumatismo, irrepresentable, intersubjetividad, vínculo.

 Bibliografía

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